jueves, 10 de septiembre de 2020

La gran filosofía navarra y latina de un camarero.-


                       
                                 
Estaba yo en la barra de un bar, en el pueblo de Zizur, que a mí me causa la impresión de ser una ciudad moderna, alegre y no contaminada, y allí escuchaba las quejas de una joven y bella señora, sobre los precios que actualmente, suben y suben. El camarero escuchaba y le daba la razón, explicándole el comportamiento de Jesús, hará aproximadamente dos mil y pico de años. Nos recordaba a la señora y a mí, que me había constituido en oyente, lo que Jesús ayudado por su madre, María, hizo en una cena, que celebraban a causa de una boda, cuando se habían acabado los comestibles y el pueblo se estaba quedando hambriento. Simplemente multiplicó el vino en sus cántaros y dejó a los comensales hartos y alegres. Ocurrió como cuando multiplicó los panes y los peces y los repartió entre el pueblo que lo estaba escuchando. Pero parece ser que todavía quedan personas caritativas, como una señora rubia, que estaba sentada en una mesa y al escuchar al camarero, nos regaló una dulce mandarina, que allí mismo nos comimos y dejaron mi espíritu, agradecido a tal señora , que no conociéndome de nada, me regalaba tan dulce fruto.  
Yo, entonces recordé que lo que estaba pasando en Túnez, en Argelia y en Egipto, era tan sólo un precedente de lo que podría ocurrir en España. La señora se quedó triste, reflexionado qué les podía pasar a sus hijos. No me acusó de exagerado, porque el camarero, mientras escuchaba, escribía en un pequeño papel,  lo siguiente:”Esta vida es una estafa, cuando eres niño te prometen de todo. ¡Pero luego!, luego te roban por unos ladrillos cuarenta millones. ¿Lo valen?, ¡no! . Yo soy diferente a los demás, pues no quiero caer en las redes de los vividores, que por canallas que son, dejan a la gente cada día más pobre”.
Y para convencer a la bella señora explicó que antes la vida era una gran tinaja, llena de miel y sus antepasados a los que describía como grandes osos, comían y  arrascaban con sus dientes las paredes de las tinajas. El camarero no perdía la alegría de ver hartarse a sus antepasados, porque esperaba que le dejarían alimento para su porvenir. Pero no le dejaron nada y ahora está llegando una crisis que nos hará recordar a Cristo cuando multiplicaba los panes y los peces.

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