Érmita y Peña de Anies. |
Hará unos cincuenta años,
que adjudicaron la Plaza de Veterinario Titular de Bolea a un veterinario de
León. Como no podía acudir a Bolea, me
pusieron a mí de substituto y yo con veintisiete años, monté en mi moto Peugeot
de 125 y subí allá arriba. Me acomodaron
en su casa Gonzalo y su esposa Pilar, de los que conservo un recuerdo de
bondad, amabilidad y hospitalidad, que yo creo debe de ser difícil, ahora,
encontrar a unos patronos tan perfectos. Me di cuenta de que estaba en el fin
de los Pirineos y en el principio de la Tierra Baja. Por arriba tenía a muy
pocos kilómetros el Castillo de Loarre, que los montañeses aragoneses
levantaron para conquistar Huesca y la Tierra Baja de Aragón, con el fin de
formar un Reino. En la Ermita de la Peña
de Aniés, nos reunimos los vecinos de todos aquellos pueblos, donde el párroco
de Aniés, donde nació Máximo Buen, nos dio a besar una cadena, que supongo sujetaría
en tiempos pasados la libertad de los
cristianos, a favor de los moros. Desde
allí tuve que bajar al pueblo de Bentué de Rasal, cuyos vecinos habían acudido
a la veneración de la Virgen y montado en una de sus mulas, bajé para vacunar,
al día siguiente, sus ovejas. Pero desde la elevada Colegiata se veían inmensas
llanuras, como la del Castillo de Anzano, que tuve que visitar y fui recibido
por el señor Lapetra, que desde un balcón me mostraba aquellas tierras
benditas. Llegó a ser presidente de la Diputación Provincial y padre de varios
hijos, entre los que todavía recuerdan los aragoneses, a algunos de ellos, como
grandes jugadores de fútbol. Se veía también el enorme Castillo de Castejón de
Becha, donde además de un gran rebaño de ovejas, pastaba una notable vacada.
Desde este alto punto de vigilancia a 627 metros de altitud, se tiende a mirar
hacia el Sur, donde en la ladera se ve la Ermita de Mueras, del siglo XII,
donde se encontraban unas esculturas zoomórficas, relacionadas, tal vez con teorías musulmanas.
Debajo del Monte de Bolea se contemplaba el pueblo de Esquedas, en otros
tiempos propiedad del Conde de Sobradiel y entonces lleno de vida y de
prosperidad, en que sus habitantes vivían con más holgura que los de arriba.
Allí estaba, en la Iglesia parroquial y sigue estando un cuadro del gran
aragonés Goya y allí permanecen Casa Jiménez y Casa de Grasa, de las que han surgido veterinarios como Luis
Jiménez, Aurelio Grasa y su primo Ramón,
también Grasa. En el otro lado de la gran Plaza, se encuentra una casa, donde les enfermó una caballería y
me llamaron para curarla de un cólico intestinal, que le producía grandes
dolores. Allí pasé casi toda la noche, inyectándole productos que hicieran
calmar los dolores que la acetil-colina, producía en sus intestinos. Algún rato
me sentaba, acompañado por el hermano pequeño de la casa, sobre un pesebre, al
tiempo que escuchaba recitar oraciones a una anciana, que colocó un cuadro de
San Antón, patrono de los animales, colgado en la pared. Poco tiempo duró la
labor de las caballerías en la tierra, porque aquel año, que yo estuve en
Bolea, se vendieron en las Ferias de Ayerbe, multitud de ellas. En Esquedas
estaban ya pensando en hacer la Concentración Parcelaria. Todos soñaban con un
porvenir mejor pues una señora que vivía al lado de casa de Grasa, me lo deseó, regalándome una pareja de tórtolas, de esas que llevan un
collar negro en su cuello y que al llegar el mes de Febrero cantan y cantan, como anunciando un porvenir feliz. Yo me la
llevé a Siétamo, donde volví a trabajar
las tierras familiares y ahora, está todo el pueblo lleno de esas tórtolas, que
nos dan esperanza, pero el porvenir de la ganadería no se ve brillar ni en Bolea ni en Siétamo.
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