Me he acercado a una zapatería,
donde apañan o arreglan los zapatos, sandalias e incluso zapatillas. El zapato
con que calzaba mi pie derecho, tenía una rotura en los hilos que lo tenían
completamente abierto, y ahora, me acudían pensamientos de deshacerme de él y
naturalmente de su compañero “zapatil”, que todavía conservaba su fortaleza, para defenderme a mí, como caminante, del frío, del calor, de los golpes que generalmente, con
el tiempo, se convierten en callos.
He llegado a la zapatería y el
buen zapatero, me ha dicho que tendría que dejar el zapato en su taller, para
poder arreglarlo y entregármelo, por la tarde. Yo me había despojado del zapato
herido o enfermo y lo había depositado en el mostrador de la Zapatería. Dejé
pasar a dos o tres señoras, a alguna de las cuales, en el acto les reparó el
calzado que le llevaba para arreglarlo. Por lo visto, era un señor sensible,
que le producía una pena, dejarme abandonado y ensartando un trozo de hilo en
su máquina de coser, en pocos segundos, me dejó mi zapato nuevo.
Yo pensé, este señor no debía
haber sido zapatero remendón, sino un político, dedicado a gobernar a su
prójimo o próximo, porque demostró sensibilidad, tratando de eliminar molestias
en sus clientes, que es este caso serían sus gobernados. No sería como ahora
son muchos políticos, que miran sus propios intereses, despreciando la
sensibilidad del pueblo gobernado. El zapatero también miraba sus intereses,
que consistían en mantener a su esposa y en educar a sus hijos, pero no soñaba
con obtener pingües beneficios para comer opíparamente o beber vino o licores, como
lo hizo Noé, el del Arca. Y de acuerdo con lo que necesitaba para ser feliz, sin abusar de nadie, me cobró una cantidad tan
pequeña, que uno se quedó más feliz por su económico precio, que por el buen
aspecto de su zapato. Tanta era su honradez y su generosidad, que a una señora,
que le llevó una zapatilla, para hacerle una mejora, no le cobró nada. Pero hubiera
sido un político amante del prójimo, porque al entregarme mi zapato,
acercándome su mano, me dijo: ahí tiene mi mano para levantarse de la silla,
porque si se apoya en esa tabla, tal vez se caiga.
Yo me sentía feliz de tan
agradable comportamiento y ya me marchaba, cuando el Político en que se había
convertido el Zapatero remendón, me recordó que en la silla me dejaba una
bolsa, que contenía una máquina eléctrica de afeitar, que venía de arreglar,
después de pagar un buen precio.
¿Por qué no elegimos políticos
con el zapatero, que además de ser amables, gobiernan la economía con honradez
y hacen ver al pueblo un porvenir próspero?.
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