Ayer, es decir en tiempos
pasados, yo conocí a mucha gente y ellos también me conocieron a mí, pero hoy
se han muerto multitud de amigos, parientes, vecinos y casi todos los que hoy
conozco, ya no son los mismos que antes conocí. Cuando voy a rezar al
cementerio por mis parientes, amigos y conocidos, me encuentro en sus tumbas,
en sus fosas, señaladas por delante con una cruz y en los nichos a muchos
parientes, amigos y conocidos, que se fueron o se los llevó el Creador al otro
mundo y allí, delante de sus tumbas, acuden a mi memoria multitud de recuerdos
de viejas amistades, parentescos, que se fueron de este mundo o los echaron de
él, con cuatro tiros que recibieron en sus cuerpos y hoy, casi no se acuerda
nadie de ellos. Allí, en aquellos cementerios yacen multitud de amigos, amigas,
de los que se acuerdan sus parientes y amigos y yo quiero preguntarles por
su vida,
por sus trabajos, por sus amores, por sus padres y por sus hijos, por
sus miserias y por sus alegrías y
tristezas, pero resultaría inútil hacerles preguntas, porque no serían
contestadas. Algunos hasta les encienden alguna vela, como recordando que
todavía están en otros lugares celestes, alegrándose de ser recordados por sus
amores o por sus amistades. Están tristes los esposos, esposas, hijos e hijas,
amigos y amigas, debajo de las tumbas de sus queridos difuntos, pero yo creo
que se acuerdan de aquellos a los
que están esperándolos para que les hagan compañía.
Al lado de los nichos de mi
abuelo Ignacio López de Zamora, de su esposa Agustina Lafarga, de mi madre, de
mi hermana Mariví, se eleva una cruz de hierro que recuerda los restos del
abuelo de mi querido Santiago. Este anciano vivía en una casa de campo y tenía
una pareja de cuervos negros, con un cascabel colgado de sus cuellos. En cierta
ocasión llegó un camionero a llevarles a él y a su familia, alimentos y bebidas
para que sostuvieran sus trabajos diarios. Fue invitado a comer y beber dicho
chofer, que amaba demasiado el vino alcohólico. Le proporcionaban buenos alimentos,
pero se negaban a darle vino que le perjudicaba. Se enfadó y empezó a gritar protestando
de su negativa,
pero los dos cuervos se irritaron
con sus gritos y comportamiento y se lanzaron sobre el alcohólico chófer,
picándole en su rostro. El abuelo de Santiago no pudo dominar aquella situación
cruel, que había provocado el bebedor chófer y cogió a los dos cuervos y los
eliminó. ¡Pobre abuelo, que tuvo que sufrir la conducta del alcohólico bebedor
y el gran sentido de justicia de dos sencillos y justos cuervos!.
En aquel cementerio se observan
situaciones de la vida, convertida en muerte, en que el abuelo se enfadó por el
comportamiento de un alcohólico, y castigó con la muerte a dos inocentes y
justos cuervos.
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