viernes, 6 de septiembre de 2019

Ayer y hoy.


  


Ayer, es decir en tiempos pasados, yo conocí a mucha gente y ellos también me conocieron a mí, pero hoy se han muerto multitud de amigos, parientes, vecinos y casi todos los que hoy conozco, ya no son los mismos que antes conocí. Cuando voy a rezar al cementerio por mis parientes, amigos y conocidos, me encuentro en sus tumbas, en sus fosas, señaladas por delante con una cruz y en los nichos a muchos parientes, amigos y conocidos, que se fueron o se los llevó el Creador al otro mundo y allí, delante de sus tumbas, acuden a mi memoria multitud de recuerdos de viejas amistades, parentescos, que se fueron de este mundo o los echaron de él, con cuatro tiros que recibieron en sus cuerpos y hoy, casi no se acuerda nadie de ellos. Allí, en aquellos cementerios yacen multitud de amigos, amigas, de los que se acuerdan sus parientes y amigos y yo quiero preguntarles por su  vida,  por sus trabajos, por sus amores, por sus padres y por sus hijos, por sus miserias y por sus alegrías  y tristezas, pero resultaría inútil hacerles preguntas, porque no serían contestadas. Algunos hasta les encienden alguna vela, como recordando que todavía están en otros lugares celestes, alegrándose de ser recordados por sus amores o por sus amistades. Están tristes los esposos, esposas, hijos e hijas, amigos y amigas, debajo de las tumbas de sus queridos difuntos, pero yo creo que se acuerdan de  aquellos  a  los que están esperándolos para que les hagan compañía.
Al lado de los nichos de mi abuelo Ignacio López de Zamora, de su esposa Agustina Lafarga, de mi madre, de mi hermana Mariví, se eleva una cruz de hierro que recuerda los restos del abuelo de mi querido Santiago. Este anciano vivía en una casa de campo y tenía una pareja de cuervos negros, con un cascabel colgado de sus cuellos. En cierta ocasión llegó un camionero a llevarles a él y a su familia, alimentos y bebidas para que sostuvieran sus trabajos diarios. Fue invitado a comer y beber dicho chofer, que amaba demasiado el vino alcohólico. Le proporcionaban buenos alimentos, pero se negaban a darle vino que le perjudicaba. Se enfadó y empezó a gritar  protestando  de  su  negativa,  pero  los dos cuervos se irritaron con sus gritos y comportamiento y se lanzaron sobre el alcohólico chófer, picándole en su rostro. El abuelo de Santiago no pudo dominar aquella situación cruel, que había provocado el bebedor chófer y cogió a los dos cuervos y los eliminó. ¡Pobre abuelo, que tuvo que sufrir la conducta del alcohólico bebedor y el gran sentido de justicia de dos sencillos y justos cuervos!.
En aquel cementerio se observan situaciones de la vida, convertida en muerte, en que el abuelo se enfadó por el comportamiento de un alcohólico, y castigó con la muerte a dos inocentes y justos cuervos.

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