En mi libro Claroscuros, en el
artículo que titulo “Al ritmo”, escribo: “Cuando siento el ritmo de dance
guerrero de los Danzantes de Huesca, se me pone la carne de gallina. Pero
quisiera que alguien tejiera y destejiera una música, con un ritmo antiguo, y
aldeano, que me hiciera olvidar siquiera
por un momento o por el tiempo que tarda en consumirse un disco, el
ruido sin ritmo de la capital”. Pasando por la calle del Desengaño, que decían
era la más larga de Huesca, después de escuchar algunos ruidos sin ritmo,
escuché una corta canción a un joven gitano, que influyó en mí para
comprender la vida de esas familias, que
hacen una vida distinta de la que llevamos los hombres y mujeres de la calle.
Estaba apoyado el cantante en una esquina, silencioso y de repente lanzó al
aire su voz, cantando sin el ritmo, que marcan los danzantes, cuando bailan
para San Lorenzo. Ritmo que se nota por los instrumentos musicales que los
acompañan, las espadas y los palos
cuando se dan golpes entre ellos, las palmadas de los que contemplan su desfile
y el golpear de sus pies en el suelo de la calle. No tenía la canción del
gitano ese ritmo, pero tenía un ritmo infinito, porque con su “Ayyy, ayyy ”
profundo que parecía buscar algo o a alguien en las alturas; y se quejaba, como
llorando de lo que le faltaba en su vida, que tal vez fuese el amor o sus
desaparecidos antepasados, que pasaron silenciosos por la vida, a las orillas
de los ríos, con sus carros, asnos, mulas o caballos. Y juntaba sus manos como
para dar palmadas, pero no las daba;
quería darlas, pero con un ritmo
que no era igual que el que llevaban los danzantes, sino más profundo, más eterno, como si fuese esa canción, como
un Quijote de la historia de su raza, tan misteriosa, tan distinta de la
nuestra, tan amante de sus padres, de
sus hijos, de sus animales…de su libertad.
Expresé en el artículo de
“Claroscuros” mi deseo de que alguien tejiera una música con ritmo antiguo y
aldeano, que me hiciera olvidar el ruido sin ritmo de la capital. Porque en
dicha capital se oyen ruidos, que pretenden ser ritmo, como el sonido de un
bombo en el que sólo se marca un dom- dom- dom –dom, otros simplemente ruidos
de los coches, de los semáforos, que me hizo el
gitanico olvidarlos. Pero con la canción del gitano que yo no sé si
tenía un ritmo físico, pero,
indudablemente era toda un ritmo, que hace felices a los calós, en una lengua rítmico-espiritual, que me
llenó de emoción, encontré la música, que añoraba para hacerme olvidar los ruidos
sin ritmo de la capital.
Pero, en cierta ocasión,
escuchando la voz tremendamente aragonesa de José María “Sorribas” de Ibieca,
no sólo olvidé los ruidos de la capital, sino que se despertaron en mí los
recuerdos de mi niñez, vivida en el Somontano y los sonidos de los “ciegos de
Siétamo” y la música del guitarrista, al que llamaban el “Guitarrillo”, cuando
le demandaba al Señor de Fañanás, la leña que le debía. Y al escuchar a José María
percibía las caricias de las llamas, que brotaban de la leña cuando ardía en el
hogar y me sentía como si fuera un peregrino cuando iba a la Ermita de la
Virgen de Foces, allá en Ibieca. Y veía correr el agua de la fuente de Siétamo
y la que baja por el vallón por donde corre la carretera que sube a Ibieca y al
pantano de Calcón, que tanto reclamamos los somontaneses, cantando jotas de las
que José María, cuando las canta, mueve nuestros corazones.
Yo creo que aumentarán los ruidos
insufribles de la capital, si no se escuchan y se aprenden las múltiples jotas,
que guarda entre sus recuerdos José María Puyuelo, alias ”Sorribas”.
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