Me
he encontrado con un amigo de unos sesenta años. Íbamos de paseo por la Calle
de Tarbes y habiendo comenzado nuestra
conversación, decidimos acabarla, paseando por la misma ruta. Es un hombre de
un buen humor continuo, porque, a pesar de las dificultades económicas que
sufrimos casi todos los oscenses, él se consuela opinando que ya no volverán a
Huesca y su Provincia, los apuros que por los años cincuenta y sesenta se
pasaron. Su memoria le llevó a recordar el comienzo de su profesión de Maestro Nacional, en un pueblo de la
Montaña, llamado Acumuer, donde a pesar de las duras vivencias, que tenían que
sufrir sus vecinos y sus maestros, en una palabra, sobrevivían. Pero uno se da
cuenta de que sus cualidades fueron la causa de esa supervivencia, ya que su
buen humor le funcionaba lo mismo que ahora, después de un montón de años; ese
buen humor cultivaba la amistad y ésta, la solidaridad. Y ese conjunto de
cualidades humanas, hacían que sobrevivieran los niños, los jóvenes y los
adultos de Acumuer, acompañados por la alegría que repartían los Maestros,
entre todos.
Entonces
se decía que España era un País tercermundista y subdesarrollado y los
norteamericanos nos querían ayudar a alcanzar el desarrollo. Para ello nos
ayudaron, enviándonos leche en polvo, para que todos los niños españoles
desayunaran cada día leche americana. Acabado el paseo, entramos en un Bar y
allí nos pusimos a escribir; se acercaron varios amigos y yo le pregunté, a uno de ellos, su opinión
sobre el resultado que aquella leche en polvo, que si había dado buen resultado
en el desarrollo de los niños y me contestó que él no cree que diera un buen
resultado en los niños, sino que aquello había sido una especie de propaganda
americana, como si su País fuera el más generoso del Mundo. En cambio le
pregunté a otro señor, que por ahí pasaba, si creía en el buen resultado alimenticio
que aquella leche habría producido en los niños y me contestó que sí. Pero mi
amigo, que no creía en el éxito de la
leche en polvo, me dijo que lo que había sido un verdadero triunfo de la
solidaridad humana, fue el envío por
parte de la Argentina, entonces bajo el poder de Perón, de trigo que evitó
muchas ocasiones de que el hambre física, matara a muchos españoles.
El
buen humor de los españoles les ayudó a superar aquellas negras situaciones de
hambre y mi amigo el maestro Nacional, aprovechó la “leche”, en unión de su Maestra, para organizar, en
las largas veladas invernales, a los niños, niñas, adultos masculinos y
femeninos, mozos y mozas del pueblo de Acumuer, para merendar largas “chocolatadas”, acompañadas con alegres vivencias que eran
acompañadas con series de cantos, muchas veces de jotas, para acabar bailando.
Se reunían en algunos de los mayores patios de las casa del pueblo. No eran
únicamente la leche en polvo y el chocolate los alimentos de sus cuerpos,
porque también había que alimentar los espíritus de todos los vecinos del
pueblo de Acumuer, sino que se complementaban las deliciosas chocolatadas, con
los sonidos de una guitarra y de un violín, que los hacían sonar dos personas
mayores, que conocieron, hacía ya muchos años a Sarasate, gran violinista
navarro. Entre pieza musical y pieza musical, contaban que en cierta ocasión en
otro de los pueblos del Pirineo, no se sabe, si navarro o aragonés, organizaron
un concurso de los mejores violinistas, que por aquellas altas tierras destacaban,
acariciando los violines. Acabaron de sonar sus violines y el jurado no tenía
capacidad para discernir quien era el violinista que mejor había hecho sonar su instrumento musical. Los
miembros del jurado eran hombres justos y querían darle el premio al que mejor
hubiera actuado y para obtener este resultado, propusieron, sacarle a cada
violín una cuerda. Así lo hicieron, pero el jurado seguía sin poder distinguir
al mejor violinista. Siguieron eliminando cuerdas en todos los violines, y
hacían sonar el mismo tema una y otra vez, hasta que fueron dos los
concursantes y el que quedó campeón fue el navarro Sarasate.
Ya
sólo quedaba sentado en el velador, un espectador y un auditor de la redacción
de esta artículo, llamado David y se quedó conforme con las teorías de la
antigua amistad y solidaridad y quiso comprobarlo con las matacías de “tocinos”
que se hacía en la finca del oscense Colchoné, donde él trabajaba. Decía que un
día mataba él, otro el tractorista, otro el pastor y así se iba pasando el invierno,
en qué comían carne asada de cerdo, chorizo, torteta, acompañando esa tan
gustosa carne con buenos tragos de vino. Procedían con solidaridad y se
repartían en cada matacía buenos regalos, estaban alegres con los tragos y
calientes con el fuego de la leña que quemaban. En una palabra, que como les
sucedía en Acumuer, iban sobreviviendo, igual que sobrevivían los trabajadores
de la Bodega Comercial de dicho pueblo, que cuando tenían que subir el vino de
los camiones a la cuba, sobre los lomos de los machos y de las mulas, que
estaba en lo más alto del pueblo, bebían
y bebían vino y cuando caminaban hacia arriba, se agarraban con sus manos a las colas de los animales,
que les ayudaban a subir. Era esta otra forma de solidaridad entre animales y
hombres, que les ayudaban también a sobrevivir. Entonces sobrevivían, cuando
estaban medio “pirulís”, agarrándose a los rabos de las mulas y ahora, muchos
sábados por la noche, en parques y arboledas, muchos chicos y chicas beben y
beben y vuelven a beber fuertes licores alcohólicos, lo que no basta para
sobrevivir, sino para deshacer su personalidad humana.
Vinieron
otros tiempos y los jóvenes ya no van a hacer el Servicio Militar, es decir a
hacer la Mili, como llamaban a tal servicio. Mi amigo pasó dos años en Ifni
y vio como apedreaban a una mora ya
vieja, lo que le hizo sufrir mucho, pero le explicaron que lo hacían porque se
esperaba que, como en otras ocasiones, colocara entre las redes algún
explosivo, que causara la muerte a los soldados. Sufrió todavía más, cuando vio
fusilar a un compañero suyo, por haberse dormido haciendo guardia. Pero su
humor noble y alegre, le dio el triunfo final a su Servicio Militar, porque un
día su novia, desde Huesca, lo vio desfilar de abanderado, caminando el
primero de la Compañía de Zapadores, cuando en el Cine Olimpia, representaban
el NODO. Su novia le llamó y le llenó el corazón de alegría y de esperanza. Han
pasado cincuenta años y todavía le dura esa esperanza de vivir, aunque sea sólo
sobreviviendo.
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