Han desaparecido los limpiabotas
de los Porches y con ellos se ha ido una época en que la vanidad o la
pulcritud, según se mire, de los llamados señoritos, daba la oportunidad a
personas sencillas, de ganarse la vida.
Los Porches eran la antítesis de
los Viacrucis, pues si éstos estaban llenos de estaciones dolorosas, aquellos
estaban llenos de bares lúdicos y divertidos. Todos ustedes recuerdan el Puerto
Rico, el Universal, el Rugaca, el Gratal y el Flor.
¡Cuántas anécdotas podrían
contarnos los limpiabotas!.Se enteraban de las aventuras amorosas, de los
chanchullos comerciales, de las venturas y desventuras de los oscenses, los
cuales todos pasaban por los Porches, aunque sólo fuera paseando.
Están despareciendo los
limpiabotas, que en invierno, al tiempo que atizaban las estufas de los bares,
vendían lotería, hacían “mandados” y, en sus ratos libres, después de limpiar el vaho de las lunas, miraban a los
transeúntes. Cuando llegaba el verano, salían a los Porches, con los veladores,
y aumentaba el número de sus clientes y de sus interlocutores.
Antonio Jiménez, alias
Blancanieves, arrimaba su banqueta a un pilar y observaba con sus ojos blancos,
que contrastaban con su piel negra. Antonio ha muerto y le dedico el siguiente
poema: La Sole se queda sola…Soledad. No necesita el Antonio, con su corazón ya
yerto, que le abran el balcón; no necesita Jiménez, que ya lo tenemos muerto, que dejen balcón abierto; que ya le han dado
el oreo, durante sesenta años, bajo los arcos abiertos de los porches, al
gitano “Blanca nieves”, al Antonio y Jiménez y Jiménez. Se despedía el poeta
Federico: ”Si muero, dejad el balcón abierto”.
Y se despide el gitano dejando
abiertos los Porches que nunca tuvieron puertas.
Desde allí podréis mirar a los
niños que muerden pipas, a los viejos con sus bastones, a las gentes tentando
suerte, a los limpias limpiando botas, a
los busquiñas del amor y a las mujeres
que marcan y a las mujeres que pisan con sonoro taconeo.
Es lo que vieron los ojos, los
ojos blancos de Antonio, que en contraste con el negro de su piel hecha de
noches, contemplan atónitos el eterno y repetido espectáculo del teatro de los
porches, siempre viejo y siempre nuevo.
Seguirán ante mis ojos desfilando
niños con sus golosinas, hombres que se tambalean y viejos fumando en pipa,
pero si quiero mirar ojos gitanos de luna, esperaré que a la noche, cuando se
asome la luna, la luna cascabelera, en ella se abran reflejos de tu mirada
profunda.
Soledad, Soledad, ¿quién te puso
ese nombre, Soledad ?.
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