viernes, 19 de marzo de 2021

Antonio Jiménez.-

  


Han desaparecido los limpiabotas de los Porches y con ellos se ha ido una época en que la vanidad o la pulcritud, según se mire, de los llamados señoritos, daba la oportunidad a personas sencillas, de ganarse la vida.

Los Porches eran la antítesis de los Viacrucis, pues si éstos estaban llenos de estaciones dolorosas, aquellos estaban llenos de bares lúdicos y divertidos. Todos ustedes recuerdan el Puerto Rico, el Universal, el Rugaca, el Gratal y el Flor.

¡Cuántas anécdotas podrían contarnos los limpiabotas!.Se enteraban de las aventuras amorosas, de los chanchullos comerciales, de las venturas y desventuras de los oscenses, los cuales todos pasaban por los Porches, aunque sólo fuera paseando.

Están despareciendo los limpiabotas, que en invierno, al tiempo que atizaban las estufas de los bares, vendían lotería, hacían “mandados” y, en sus ratos libres, después de limpiar  el vaho de las lunas, miraban a los transeúntes. Cuando llegaba el verano, salían a los Porches, con los veladores, y aumentaba el número de sus clientes y de sus interlocutores.

Antonio Jiménez, alias Blancanieves, arrimaba su banqueta a un pilar y observaba con sus ojos blancos, que contrastaban con su piel negra. Antonio ha muerto y le dedico el siguiente poema: La Sole se queda sola…Soledad. No necesita el Antonio, con su corazón ya yerto, que le abran el balcón; no necesita Jiménez, que ya lo tenemos muerto,  que dejen balcón abierto; que ya le han dado el oreo, durante sesenta años, bajo los arcos abiertos de los porches, al gitano “Blanca nieves”, al Antonio y Jiménez y Jiménez. Se despedía el poeta Federico: ”Si muero, dejad el balcón abierto”.

Y se despide el gitano dejando abiertos los Porches que nunca tuvieron puertas.

Desde allí podréis mirar a los niños que muerden pipas, a los viejos con sus bastones, a las gentes tentando suerte, a  los limpias limpiando botas, a los busquiñas  del amor y a las mujeres que marcan y a las mujeres que pisan con sonoro taconeo.

Es lo que vieron los ojos, los ojos blancos de Antonio, que en contraste con el negro de su piel hecha de noches, contemplan atónitos el eterno y repetido espectáculo del teatro de los porches, siempre viejo y siempre nuevo.

Seguirán ante mis ojos desfilando niños con sus golosinas, hombres que se tambalean y viejos fumando en pipa, pero si quiero mirar ojos gitanos de luna, esperaré que a la noche, cuando se asome la luna, la luna cascabelera, en ella se abran reflejos de tu mirada profunda.

Soledad, Soledad, ¿quién te puso ese nombre, Soledad ?.

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