Antes era difícil contemplar una corrida de toros en la que las mujeres hicieran el oficio de matadoras, pero no sólo había dificultades para el sexo femenino en esta actividad, sino en muchas otras, como por ejemplo en la faena de cortar el pelo a los hombres. Es un placer ver a una matadora con su cuerpo serrano y su belleza, tender su capote ante las astas de un toro bravo. Se emocionan hasta los corazones al pensar en la posibilidad de que ese cuerpo tan bello, sea lacerado por las defensivas astas del cornúpeta. Y uno piensa que si la torera sufriera una herida, la multitud que asiste a la corrida, ofrecería ríos de sangre para compensar la por ella derramada.
¿Qué pasa con otras actividades humanas artísticas o vulgares?. A mí se me ocurre el caso que presencié el otro día en una barbería. El dueño rapaba y arreglaba el pelo de las cabezas de los que por ahí iban a cortarse sus melenas y en estas llegó una hermosa joven, que al cliente que le tocaba ser atendido, le hizo una llamada torera porque se colocó al lado de la silla giratoria, con el paño en su mano ,como si de una capa torera se tratase, le presentó el culo de silla para que acudiera a sentarse en él y así que tal ejercicio realizó, tomó ella sus armas, no de matar sino de hacer su faena y con su tipo torero y la agilidad de sus manos, empezó a disminuir la larga melena que su “gachó”, substituto del toro que se oponía a la mujer torera. Eran unos pases al son del choque de las hojas de la cortante tijera y uno contemplaba complacido tal espectáculo. Pero ,de repente, dejó de oírse el sonido tijeril, porque en un descuído, se había introducido la oreja del cliente entre las hojas de la tijera, que produjeron un corte, del que, como en una corrida de toros, se veía salir sangre. El cliente, no como un toro enfurecido, sino como un caballero, que monta su caballo de rejoneador, esperó a que le hiciera los apaños de la lesión que se había producido en su oreja. Le puso agua oxigenada y después una tirita y ya libre la cortadora de orejas de ninguna preocupación, acabó de arreglarle la cabeza por sus pelos externos, porque los pensamientos internos producían inquietudes nerviosas al cliente.
Por último tuvo lugar el acto de la paga, que en la torera debe ser notable la cantidad que cobra , pero en la peluquería según había observado el toreado señor ,cobraban diez euros, pero grande fue su sorpresa , al ver que le cobraba diez euros y ochenta céntimos, al parecer por la faena que tuvo que desarrollar la torera con el agua oxigenada y la colocación de una tirita. El rejoneador, me causó admiración al ver que le daba de propina además de los ochenta céntimos de euro, uno más con veinte céntimos.¡Ay que ver las mujeres toreras y alguna barbera que gran respeto le tienen a los euros y qué caballeros son algunos señores, rejoneados y rejoneadores en la barbería!.
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