jueves, 22 de octubre de 2020

Revivir nuestros juegos.-

  


Dice el refrán que para conocer ver, y para amar tratar. Poco he conocido yo los juegos altoaragoneses a través del sentido de la vista, pero los he conocido mucho a través de las charradas  alrededor del hogar. He vivido una época que ha visto cambiar las viejas y nobles mesas de nogal de nuestras salas “güenas”, por mesas innobles y de mal gusto de materiales  plásticos. Gracias a Dios, los campesinos se han dado cuenta de que estaban sufriendo un falso espejismo y conservan con amor los pocos enseres nobles que les han quedado.

Un fenómeno paralelo ha ocurrido con nuestro folklore y con  nuestros deportes vernáculos. Hemos relegado los nuestros y hemos dado acogida a todo lo inglés. Repito que he conocido poco de nuestros deportes, pero la transmisión oral de las hazañas de nuestros deportistas ha creado en mí una imagen casi mítica de aquellos mozos de antes, unos desaparecidos por imperativo del calendario, y unos pocos a los que todavía se les puede ver jugar al Tejo en nuestro Parque de Huesca. A algunos los he conocido ya de mayores y conservan un aire de nobleza y un porte erguido como el de aquellas que han llevado una vida austera, y han practicado el ejercicio físico en el trabajo y en los deportes. Uno de los que más raigambre  tenía en el Alto Aragón era el tiro de barra; en Arbaniés, hasta hace muy poco había una de esas barras, que cuando dejó de emplearse para el tiro, fue colocada en una calle para guardacantón. En Coscullano, hace unos días, vi un hermoso balcón con los barrotes doblados, y me explicaron que tuvo la culpa un lanzador de barra al que le sobraba fuerza. En Siétamo todavía se acuerdan de haber visto practicar este noble deporte a los hermanos Joaquín y Ramón Puyuelo y a Pedro Barta. Son proverbiales también las fuerzas de Basilio y de Joaquín Ribera; a este último sólo le ganaba en el tiro del barrón, más pesado que la barra, un tal Lloro, que era más corpulento que él.

Joaquín quiso compensar la diferencia de peso con Lloro, para conservar mejor su estabilidad y debajo de la faja se colocó unas pesadas cadenas.

 El truco le falló, pues lo que ganó en estabilidad, lo perdió en soltura. Fue Ribera en el tiro del barrón lo mismo que Poulidor en el ciclismo: un eterno segundón.

Respecto al tiro de Jada, como deporte, no tengo antecedentes. Sólo sé, que desde hace muchos años, la gente ha deseado librarse de ella y hay una jota antigua que decía:”Francho Oliván no trabaja, aunque lo mande el gobierno, pues antes de los doce años, ya tiró la jada al Ebro”.

Los andarines en nuestra provincia, acudían andando, naturalmente, a las fiestas de los pueblos próximos, y a veces lejanos, y hacían sus apuestas. Cuentan que a veces se colgaban las alpargatas o esparteñas, en el hombro, para lucirlas flamantes en los lugares que celebraban sus fiestas patronales. Uno de Bentué, según me contaron en Bolea, bajó a Zaragoza en el día, desde lo alto de la Sierra, donde se encuentran los neveros. Las zancadas de estos andarines eran de gigante, y su táctica consistía en paso largo y mirada corta; esto  debía ser para asegurarse de que iban a el pie en lugar firme. Aún, hoy en día algunos montañeros preguntan a los montañeses: ¿cuánto hay hasta ese pinar?. Les contestaban que dos horas,que para los ciudadanos se convierten en cuatro.

La resistencia la probaban algunos no con otros hombres, sino con caballos. Tal era su resistencia, más propia de titanes que de seres humanos. En cierta ocasión salieron al mismo tiempo un caballero sobre su caballo y un espolique de Siétamo a Castilsabás. Estaba convencido de que su caballo debía ir un poco a su aire. Unas veces iba al paso, otras  trotaba y en ocasiones galopaba. El que tenía que probar su resistencia, se descansaba cuando el caballo iba al paso, llevaba bien el trote del caballo y se esforzaba en el galope de su rival. El caballero en esta ocasión quiso gastar una broma pesada al infante, haciendo galopar a su caballo más de lo normal. El pobre corredor llegó a Castilsabás como un héroe, pero perdió el conocimiento, se puso frío y lo hicieron volver en sí, tapándole su cuerpo con el fiemo de la cuadra y dándole de beber una copa de anís, de ese que se hacía de contrabando.  

Otros, más prácticos, elegían como rival a una perdiz a la que seguían, a veces durante horas hasta que, rendida, se dejaba coger. El levantamiento de peso, que algunos creen exclusivo del País Vasco, se practicó siempre en Aragón. En cada ambiente se actúa con los materiales que la Naturaleza proporciona; donde no había piedras se construía con ladrillos y con adobas. Donde no había trigo, se levantaban piedras, pero allí donde el trigo era principal cultivo,  se levantaban sacos de este cereal. Viscasillas , mozo mayor legendario, cogía una saca de un cahiz, (140 kilos) y desde el suelo lo lanzaba al carro por encima del varal. El amo de casa Otal de Ola, hacía lo mismo a pulso. Cuando hacían levantamiento por apuestas,  bajaban el saco al suelo y lo echaban al hombro mientras les permitía su resistencia.

Aquellos hombres no tenían miedo a nada; hasta que una vez las pesadísimas losas de piedra que hacen de solera en los balcones de las antiguas casas del Somontano. Desde luego que no vinieron solas de la cantera, ni se subieron por sí mismas a los balcones.

El pulso se practicaba de dos formas; una, la más corriente, la que aún se ve, incluso en los bares, enlazando las palmas de las manos derechas de ambos contendientes y apoyando los codos en una mesa; la otra, sentados en el suelo y cara a cara, tiraban de un mango de azada, al que se asían los dos rivales. Había un pulseador en Siétamo que se llamaba Zazurca, era invencible y tan ufano de sí mismo, como algunos boxeadores actuales. Como entonces no  podían proclamar su categoría por los altavoces, se colocaba sobre la faja de  banda en la que se podía leer:”Zazurca, vencedor de pulseadores”. Aquella gente, entro de todos los pesos y alturas, hacía maravillas. Felipe Cavero, que medía de 1’45 a 1`50 metros, saltaba, a pies juntos, una pared que tenía casi su propia altura.

 Cuando se encendía la hoguera, la noche de la Virgen de la Esperanza, los jóvenes saltaban por encima de las llamas como saltamontes. Cuando sólo quedaba el rescoldo, pasaban por encima de él y no se quemaban. Los aragoneses no reblaban ante ninguna dificultad u obstáculo. La hoguera ardía a un lado de la Cruz, que tenía un fuste de tres metros; por él escalaban con un cántaro de vino de diez litros. No temían el golpe que recibirían en caso de caída; temían más bien la rotura el cántaro con la consiguiente pérdida del vino, que como al sabio Salomón, les producía alegría en el corazón.

Tampoco se olvidaban del del deporte femenino, pues concretamente  en Biscaarrués, hacían carreras las mujeres con el cántaro en la cabeza. Conocí, hace muchos años , a una anciana de noventa años, la señora Rosa, que caminaba ligera, desde  Castejón de Arbaniés hasta Huesca, con la elegancia de una gacela.

Conocí a otra, de casa Serafín que cuando era joven daba unas “pintacodas” propias de un artista de circo. Coo entonces no existía el destape, algunos esperaban esta ocasión para ver pierna, pero salían frustados, pues a pesar del del entorpecimiento de las largas sayas, aquello era visto y no visto.

Todo esto era son recuerdos nostálgicos, pero me he llenado de alegría al enterarme de que un grupo de jóvenes de Huesca, quieren hacer revivir los deportes vernáculos.

¡ Qué hermoso sería ver las plazas llenas de viejos, de jóvenes y niños,contemplando estos espectáculos!. Serían practicados por aficionados de verdad, no de esos que cobran más que muchos profesionales. Serían auténticos, de una autenticidad que busca a juventud actual, tan denigrada.

¡Qué gran labor la de hacer renacer de sus cenizas al Ave Fénix de nuestro deporte altoaragonés!.

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