Dice el refrán que para conocer
ver, y para amar tratar. Poco he conocido yo los juegos altoaragoneses a través
del sentido de la vista, pero los he conocido mucho a través de las
charradas alrededor del hogar. He vivido
una época que ha visto cambiar las viejas y nobles mesas de nogal de nuestras
salas “güenas”, por mesas innobles y de mal gusto de materiales plásticos. Gracias a Dios, los campesinos se
han dado cuenta de que estaban sufriendo un falso espejismo y conservan con
amor los pocos enseres nobles que les han quedado.
Un fenómeno paralelo ha ocurrido
con nuestro folklore y con nuestros
deportes vernáculos. Hemos relegado los nuestros y hemos dado acogida a todo lo
inglés. Repito que he conocido poco de nuestros deportes, pero la transmisión
oral de las hazañas de nuestros deportistas ha creado en mí una imagen casi
mítica de aquellos mozos de antes, unos desaparecidos por imperativo del
calendario, y unos pocos a los que todavía se les puede ver jugar al Tejo en
nuestro Parque de Huesca. A algunos los he conocido ya de mayores y conservan
un aire de nobleza y un porte erguido como el de aquellas que han llevado una
vida austera, y han practicado el ejercicio físico en el trabajo y en los
deportes. Uno de los que más raigambre
tenía en el Alto Aragón era el tiro de barra; en Arbaniés, hasta hace
muy poco había una de esas barras, que cuando dejó de emplearse para el tiro, fue
colocada en una calle para guardacantón. En Coscullano, hace unos días, vi un
hermoso balcón con los barrotes doblados, y me explicaron que tuvo la culpa un
lanzador de barra al que le sobraba fuerza. En Siétamo todavía se acuerdan de
haber visto practicar este noble deporte a los hermanos Joaquín y Ramón Puyuelo
y a Pedro Barta. Son proverbiales también las fuerzas de Basilio y de Joaquín
Ribera; a este último sólo le ganaba en el tiro del barrón, más pesado que la
barra, un tal Lloro, que era más corpulento que él.
Joaquín quiso compensar la
diferencia de peso con Lloro, para conservar mejor su estabilidad y debajo de
la faja se colocó unas pesadas cadenas.
El truco le falló, pues lo que ganó en
estabilidad, lo perdió en soltura. Fue Ribera en el tiro del barrón lo mismo
que Poulidor en el ciclismo: un eterno segundón.
Respecto al tiro de Jada, como
deporte, no tengo antecedentes. Sólo sé, que desde hace muchos años, la gente
ha deseado librarse de ella y hay una jota antigua que decía:”Francho Oliván no
trabaja, aunque lo mande el gobierno, pues antes de los doce años, ya tiró la
jada al Ebro”.
Los andarines en nuestra
provincia, acudían andando, naturalmente, a las fiestas de los pueblos
próximos, y a veces lejanos, y hacían sus apuestas. Cuentan que a veces se
colgaban las alpargatas o esparteñas, en el hombro, para lucirlas flamantes en
los lugares que celebraban sus fiestas patronales. Uno de Bentué, según me
contaron en Bolea, bajó a Zaragoza en el día, desde lo alto de la Sierra, donde
se encuentran los neveros. Las zancadas de estos andarines eran de gigante, y
su táctica consistía en paso largo y mirada corta; esto debía ser para asegurarse de que iban a el
pie en lugar firme. Aún, hoy en día algunos montañeros preguntan a los
montañeses: ¿cuánto hay hasta ese pinar?. Les contestaban que dos horas,que
para los ciudadanos se convierten en cuatro.
La resistencia la probaban
algunos no con otros hombres, sino con caballos. Tal era su resistencia, más
propia de titanes que de seres humanos. En cierta ocasión salieron al mismo
tiempo un caballero sobre su caballo y un espolique de Siétamo a Castilsabás.
Estaba convencido de que su caballo debía ir un poco a su aire. Unas veces iba
al paso, otras trotaba y en ocasiones
galopaba. El que tenía que probar su resistencia, se descansaba cuando el
caballo iba al paso, llevaba bien el trote del caballo y se esforzaba en el
galope de su rival. El caballero en esta ocasión quiso gastar una broma pesada
al infante, haciendo galopar a su caballo más de lo normal. El pobre corredor
llegó a Castilsabás como un héroe, pero perdió el conocimiento, se puso frío y
lo hicieron volver en sí, tapándole su cuerpo con el fiemo de la cuadra y
dándole de beber una copa de anís, de ese que se hacía de contrabando.
Otros, más prácticos, elegían
como rival a una perdiz a la que seguían, a veces durante horas hasta que, rendida,
se dejaba coger. El levantamiento de peso, que algunos creen exclusivo del País
Vasco, se practicó siempre en Aragón. En cada ambiente se actúa con los
materiales que la Naturaleza proporciona; donde no había piedras se construía
con ladrillos y con adobas. Donde no había trigo, se levantaban piedras, pero
allí donde el trigo era principal cultivo,
se levantaban sacos de este cereal. Viscasillas , mozo mayor legendario,
cogía una saca de un cahiz, (140 kilos) y desde el suelo lo lanzaba al carro
por encima del varal. El amo de casa Otal de Ola, hacía lo mismo a pulso. Cuando
hacían levantamiento por apuestas, bajaban el saco al suelo y lo echaban al
hombro mientras les permitía su resistencia.
Aquellos hombres no tenían miedo
a nada; hasta que una vez las pesadísimas losas de piedra que hacen de solera
en los balcones de las antiguas casas del Somontano. Desde luego que no
vinieron solas de la cantera, ni se subieron por sí mismas a los balcones.
El pulso se practicaba de dos formas;
una, la más corriente, la que aún se ve, incluso en los bares, enlazando las
palmas de las manos derechas de ambos contendientes y apoyando los codos en una
mesa; la otra, sentados en el suelo y cara a cara, tiraban de un mango de
azada, al que se asían los dos rivales. Había un pulseador en Siétamo que se
llamaba Zazurca, era invencible y tan ufano de sí mismo, como algunos
boxeadores actuales. Como entonces no
podían proclamar su categoría por los altavoces, se colocaba sobre la
faja de banda en la que se podía
leer:”Zazurca, vencedor de pulseadores”. Aquella gente, entro de todos los
pesos y alturas, hacía maravillas. Felipe Cavero, que medía de 1’45 a 1`50
metros, saltaba, a pies juntos, una pared que tenía casi su propia altura.
Cuando se encendía la hoguera, la noche de la
Virgen de la Esperanza, los jóvenes saltaban por encima de las llamas como
saltamontes. Cuando sólo quedaba el rescoldo, pasaban por encima de él y no se
quemaban. Los aragoneses no reblaban ante ninguna dificultad u obstáculo. La
hoguera ardía a un lado de la Cruz, que tenía un fuste de tres metros; por él
escalaban con un cántaro de vino de diez litros. No temían el golpe que
recibirían en caso de caída; temían más bien la rotura el cántaro con la
consiguiente pérdida del vino, que como al sabio Salomón, les producía alegría
en el corazón.
Tampoco se olvidaban del del
deporte femenino, pues concretamente en
Biscaarrués, hacían carreras las mujeres con el cántaro en la cabeza. Conocí,
hace muchos años , a una anciana de noventa años, la señora Rosa, que caminaba
ligera, desde Castejón de Arbaniés hasta
Huesca, con la elegancia de una gacela.
Conocí a otra, de casa Serafín
que cuando era joven daba unas “pintacodas” propias de un artista de circo. Coo
entonces no existía el destape, algunos esperaban esta ocasión para ver pierna,
pero salían frustados, pues a pesar del del entorpecimiento de las largas
sayas, aquello era visto y no visto.
Todo esto era son recuerdos
nostálgicos, pero me he llenado de alegría al enterarme de que un grupo de
jóvenes de Huesca, quieren hacer revivir los deportes vernáculos.
¡ Qué hermoso sería ver las
plazas llenas de viejos, de jóvenes y niños,contemplando estos espectáculos!.
Serían practicados por aficionados de verdad, no de esos que cobran más que
muchos profesionales. Serían auténticos, de una autenticidad que busca a
juventud actual, tan denigrada.
¡Qué gran labor la de hacer
renacer de sus cenizas al Ave Fénix de nuestro deporte altoaragonés!.
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