Lleva ya el Doctor Don Juan Carlos
Jiménez Solana, no muchos, sino muchísimos años al cuidado de la Salud de los
que han vivido en estas poblaciones alrededor de Siétamo y en esta misma Villa.
Son ya muchísimos los años que yo, con mis noventa años a punto de cumplir, te
debo la conservación de mi salud, igual que te debemos el agradecimiento, todos
los hijos y hermanos geográficos de Siétamo, por estar presentes en esta
situación. Los que hemos sobrevivido hasta hoy nuestra vida, nos acordamos de
todos los difuntos, que el Señor se ha llevado de esta Tierra del Somontano,
que han muerto porque la Divina Providencia, así lo ha dispuesto en las tierras
de tu Partido Médico, pero no olvidamos el interés y el tratamiento que tú les
has dado, tratando de conseguir la conservación de sus vidas, que no son
eternas y que has conseguido prolongar los días de su vida, mientras la
voluntad divina, lo ha consentido.
Todos los vecinos de Siétamo, íbamos
a tu clínica para acogernos a tus visitas médicas curativas unas veces y otras
conservadoras de nuestras vidas. ¿Dónde íbamos para que usted o que tú, se
preocupara de la conservación de nuestra salud?. Unas veces íbamos al Centro de
Salud de Siétamo, unas veces situado en “Casa Rivera”, otras en “las Escuelas”
o en el “Ayuntamiento” o en el actual y
moderno “Consultorio de Salud de Siétamo”. Desde entonces a los servicios
realizados en Siétamo y en pueblos de Servicio Sanitario, has realizado visitas
en el actual, antes viejo y bien construido Hospital viejo de Huesca. Has
visitado muchas veces a los que acudían a que los visitaras en numerosos
pueblos de la zona, otras en Huesca. A los sietamenses o sietaminos
los has visitado, explorado y diagnosticado, no sólo en Siétamo sino
donde estaban sufriendo sus enfermedades. No pueden olvidar ya tu amabilidad y tu
actitud sanitaria, sobre todos los vecinos de estos pueblos, pues has acudido
con frecuencia a sus domicilios, cuando la enfermedad les hacía imposible
el desplazamiento a tu Clínica, para salvarse del fin de sus días.
No manifestabas con frecuencia tu
satisfacción por la salvación de muchos enfermos, a los que habías salvado de
la muerte. Pero yo no me puedo olvidar de la muerte de José Bergua, hombre
trabajador, que había pasado su juventud, en la Guerra Civil, conducido en
trenes cerrados a la luz del sol, que pidió tu auxilio, cuando ya no era
posible la salvación de su vida. Me acuerdo de tu expresión de dolor al ver
morirse a este hombre, y las palabras que pronunciaste lamentando su muerte, a
la que no te dieron tiempo a salvar su vida.
Estabas muchas veces preocupado por
la salud de tus enfermos y a veces, los asistentes a recibir tu ayuda tenían
que esperar sentados en las sillas de tu pequeña Clínica, esperando con nervios
tu llegada salvadora, pero se conformaban de su espera, cuando se daban cuenta de no poder ser acogidos inmediatamente por tu “mano
salvadora”.
En las esperas a ser recibidos por el
Doctor Don Juan Carlos Jiménez Solana, cada uno procuraba aliviar sus molestias
producidas por la enfermedad, mirando aquellos cuadros, que colgados en las
paredes de aquella Sala de Espera, le daban esperanza de que este Doctor, se
ocupara del tratamiento, que les iba a sanar su vida.
Este Doctor, en cierta lejana
ocasión, recibió en la iglesia de Siétamo, su Primera Comunión un amado hijo
suyo y recordaba con cariño la figura de su amado padre, en las visitas que nos
hacía, en aquel despacho de su Clínica.
En mi última visita a su sabiduría,
olvidando la escasa tardanza en que me llegara mi despedida de la Tierra, dedicó
un largo tiempo en apuntarse todos los recuerdos de las visitas que me había
realizado en mi larga vida. Yo estaba admirado de la real preocupación del
Doctor por mi salud, a la que yo espero que le dure muchísimos años
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