jueves, 1 de octubre de 2020

Palabras pronunciadas por Ignacio Almudévar, en el Colegio de Veterinarios de Huesca.-

 


Me llegó, como me llega desde hace muchos años en el mes de octubre, la cita colegial que nos convoca a los veterinarios, presidida,  como siempre, por el símbolo solar, en cuyos rayos, clorofilando,  un horizonte donde pastan las ovejas de un rebaño, se lee luminosamente: ”Hygia pecoris”.

Es hoy un día que resalta sobre otros “San Franciscos”, pues se convierte ese símbolo en milagro del Honor, que adornará los pechos nobles de Presidentes del Colegio, veterinarios colegiados que lo fueron otrora y en cierto modo lo seguirán siendo mientras vivan.

No se me enfade Don José Garzón si me atrevo a llamarlo el Viejo Profesor, que puede serlo no sólo porque estudió la Ciencia de la Vida, del Bios  griego, en que está  inserta nuestra Veterinaria, sino que cultivó la Ciencia con que el hombre encuentra sus derechos defendidos, ya que posee la Carrera de Abogado. ¿De qué valdría al ser humano gozar de larga vida para tan sólo vegetar, si al tiempo no pudiera gozar de sus libertades?.

Es Viejo Profesor, entre otras cosas, por sus conocimientos universitarios y por portar un noble “aliño  indumentario”, que viene de otros tiempos, presidido, como preside el Sol en nuestro Escudo, por el sombrero en su cabeza ilustre. Bien acompañado por su también letrada esposa, que parece hacer patente por su dedicación, ya vieja a toda Res Pública, que nuestro lema, que el Escudo reza “Hygia Pecoris”, acabará diciendo, “ad salutem hominis”.

¡Qué contrastes nos pone en evidencia Don José, que siendo viejo profesor, al mismo tiempo se mueve dinámico y joven por la vida como indica su nombre de Garzón en Cervantina lengua o “garçon” en la lengua del francés  Moliere”.

Tal vez a ustedes tuviera que decirles con León Felipe: ”No me burlo, señores,  no me burlo…¡Estoy hablando en serio!”. Y es que uno se pregunta:¿Cómo es tan joven Don José?. ¿Será tal vez que se paró en su continuo tic-tac sonoro, aquel reloj solemne, aquel que presidía La Facultad antigua de Zaragoza, en la Puerta del Carmen, el de la nueva de Miguel Servet, los relojes, de los tres Colegios regionales, los del péndulo de nuestras rústicas pensiones  provincianas, los más modernos de nuestros pisos ciudadanos, allí donde nos trajo el destino?.

Se siente uno tentado a detener el sol que brilla en nuestro escudo, como Josué en Jericó lo hiciera, para así contemplar a los veterinarios,  a los que rendimos homenaje, como si en un retablo pudiera reunirlos. Estoy viendo en él a nuestros patriarcas como Gordón Ordás y a Don Santos Arán, a los veterinarios de Siétamo, mi pueblo, Don Casiano y Don Regino que al lado de la puerta de la casa en que vivían, se conserva la anilla a la  que  ataban sus caballos.

De estos profetas venerables se pasa mi contemplación  en el retablo a Vicén,  el revolucionario, a Don Julio el sensato, intermedio de una saga de albéitares. Me miro en este instante a los modernos y surge Franc,  con su antena nasal,  como buscando, igual que Costa la Despensa y la Escuela. Parece ser que las ha hallado, pues pasó por el desierto de Tardienta y Almudévar,  allá en la Violada (Via Lata), donde los cierzos soplan desbordados por su cabañera, a Binéfar, donde a la “mañanada” degüellan los corderos, como lo hiciera Abraham, en aquel  sacrificio, “y como los que degüellan todavía en los lejanos mataderos de Chicago”. Y me veo contigo, amigo Franc,  conducidos en un coche oficial a contrastar las tareas, que tenía el depósito de abastecimiento de Binéfar, cuyas aguas, como todas,  a Costa tanto le inquietaron.

Rodábamos  y  topábamos con pastores, labradores y tratantes; los vimos siempre los aquí presentes, los vemos y veremos cada día”. ”Todos nos saludan y conocen”,  y de alguna boca surge: ”Vaya  un par de pájaros…”, pero tu y yo, y la Veterinaria, seguimos caminando. ”Ladran, luego cabalgamos”.

Y veo a Grasa Grasa que puede con orgullo portar el Hygia Pecoris que preside este retablo. Las dos ovejas que allí pastan se pusieron alegres al ver que un profesor había escrito casi todo lo que de ellas se sabía en Aragón; pero no acaba su producción en este libro, pues si existen los valores que llamamos pecuarios, que de ellos se derivan etimológicamente.  En el Retablo de la Historia, los valores pecuniarios, que en Binéfar  amanecen semana  tras semana en un cartel y que tú, Ramón Grasa Grasa, estudiaste y comentaste  en otro libro.

Aparece también en el retablo un número ingente de veterinarios y que en tan poco tiempo es difícil citar, pero lo intentaremos, y aunque se fue, aun permanece Don Antonio Dolset, portador de sombrero como lo porta Don José en su vivir diario; también se puede contemplar a San Bueno Castellote y a Ramón Mancho, con quien me juntaba en los Toros de Barbastro, como me complacía la presencia de Chus Tovar en los de Huesca, portando un clavel reventón en sus cabellos.

Y aparece solemne, Don Ricardo Conde, compañero de sillón en la Diputación de Huesca, en tanto Don Fidel, en torno a un simple potro, me dio lecciones para llevar a cabo la inseminación artificial de los ganados. Agustín Ubieto Otal  fue, ”motu proprio”, el pionero de los que hoy se denominan “Veterinarios sin fronteras”. Aquí encontramos, con suma fortaleza, a Rafael Pallás,  al que,  al hacerle notar esa virtud, diciéndole que estaba como un toro, con su espontaneidad me dijo que estaba como diez. Don Teófilo Arlanzón, de nombre y apellidos castellanos, coordinó lo arcáico y lo moderno rellenando las guías pecuarias a máquina, para el transporte de ganado. Adelio  Castellote, que siendo primo de los Buenos, algo se le habrá agregado de ellos, para luchar allá en Altorricón,  al que sus ciudadanos, en su lengua materna, llaman El Torricó.

Luis García Sanz que vino a Tamarite,  desde Guadalajara, donde trabajó con  ahinco  y volvió luego a Molina de Aragón, donde el canónigo  Monesma quiso establecer una aduana.

Jesús Maza Alvárez se me presenta en el recuerdo con su rostro optimista que lucía en Monzón. Domingo de Juan es un soplo de fuego que acude en amor al jubilado y cuyo rostro recuerda el de un asceta.

¡Rafael Gobantes!, te contemplo en tus paseos lentos con mi tío José María, con Ricardo Serena, el compañero que se nos fue en Murillo, con Rafael Farina, no el cantante sino el que construyó hermosos edificios en la ciudad de Huesca, en la Plaza de Zaragoza.

Vemos a Emilio Magallón, que recorrió durante muchos años la provincia para llegar a Jaca, ciudad señorial , que concordaba con su propio señorío.

No está presente mi vecino de monte, José Landa, con quien corrimos, azarosamente la Sarda de Antillón,  pero su hija, también veterinaria, nos concede el honor de su presencia airosa.

Enrique Gil  Fortún, que me recuerda el rostro de su hermano, que allá en la Facultad, nos enseñaba con claridad meridiana el uso de la Tablas de Alimentación de los animales.

Ezequiel Usón Usón que, en la capital del Cinca, vio aliviados sus trabajos por sus clásicos  y dulces higos y sus ancestrales “dones de faldetes”.

También se encuentra Aquilino López, que allá en Broto, en la Montaña Pirenáica, contribuyó al plácido placer de contemplar  al ganado vacuno, pastando en las praderas.

Julián Navarro Roldán, que atendía al ganado porcino en tierras fronterizas y cuyo hijo, también veterinario, se vino hacia Binéfar.

Contemplo a Juan José Miravete, que de Teruel nos vino y recorrió la provincia de Huesca en múltiples servicios, para acabar  en la Jefatura Sanitaria. Y recuerdo con gozo y con sentimiento, aquel día en que tres mil ovejas esperaban el uso de nuestras  jeringuillas; cayéronse  las vallas  y cumplimos prematuramente y con honor nuestra tarea.

Ahí está Ignacio Escalona, Alcalde  de Grañén, estoico, agricultor, veterinario y profesor. Profesor preocupado, que hizo levantar el precio de la leche a los ganaderos  a una Central Lechera, por hallar errores en sus fórmulas. ¡Echale un galgo!

Pablo Ochoa, quien pasó de Binéfar a nuestra capital aragonesa, Zaragoza.

Aparece ante mi vista, Don Manuel Campelo, el leonés de apellidos galaicos, caballero del alma y caballero sobre caballos africanos, el que supo juntar el honor de la Legión a un tiempo con el honor  total y comprensivo del “mariscal” de campo, en el medio rural de Alcalá del Obispo y de Siétamo.

Y sigue el silencioso Julián Romera como si fuera discípulo del aragonés Gracián, que escribió “El Discreto”. Angel Gayubar, cuando estaba, siendo joven todavía, de “Patriarca” en Lupiñén, siendo mi asesor veterinario  y mi médico personal, cuando yo estaba de veterinario en Bolea. Eloy Suarez era,  y supongo que lo seguirá siendo, un gran comunicador.

Aparecen unidos Emilio Almárcegui y su esposa, también veterinaria, que fueron y son grandes compañeros, pues muchas veces se quedaron voluntariamente con la peor parte. Se notaba que eran padres de numerosos hijos. Sigue Aurelio Grasa, natural de Esquedas, que con su presencia sencilla y competente me ayudó siempre que se lo pedí.

Y me encuentro como me encontraba, siendo estudiantes en Zaragoza , en la Calle Alfonso con Paco Güerri, que hacía el cuarto Curso, cuando yo hacía el primero, pero su veteranía no era orgullosa sino aproximativa.

Cuando compraba en Porta algún apresto ganadero, hablaba con Antonio Carruesco, que es un gran especialista en alimentación animal, entre otras cosas porque empezó conociendo los continentes del pienso, es decir pasando los sacos por sus sufridas espaldas. Y recuerdo en estos momentos a José Antonio Morlán,  el de los blancos cabellos, que quizá sea   el veterinario jubilado que más recuerda a un galán otoñal. Y me acuerdo de su compañero José Gonzalbo, que en aquellos tiempos era un optimista que te alegraba la vida con sus encuentros. Veo también a Luis Jiménez, que allá en su juventud, recorría mi pueblo como yo recorrí el suyo, a saber Esquedas, en la mía. Y hablando de imágenes vemos la de Julián Lacruz, que es uno de los hombres que más se ha preocupado de la imagen profesional del veterinario.

Un recuerdo especial le dedico a Antonio Bonet, viejo compañero de estudios de mi hermano , el psiquiatra emigrante, por el que siempre me pregunta cuando vuelve a la Patria, y que si en estos momentos lo hiciera, tendría que decirle que actualmente lucha, allá en Canadá, por su salud.

Está también previsto en el Programa,  galardonar al personal que estuvo durante quince años al servicio de los colegiados. Se trata del famoso señor Rubio, que si en pasados tiempos recorrió caminos vigilando a los correcaminos, durante estos y citados quince años, hizo correr kilómetros sin cuento la plataforma de la máquina que reproduce fotocopias, y hoy, más moderno, recoge y manda “fax”, fumando farias. Ha pasado de rústicos caminos como nosotros los veterinarios , a recorrer las calles ciudadanas para llevar marchamos a la Oscense y bloques de mensajes a la oficina de Correos. Correr,  correr fue su destino, mas como de infelices no tuvieron nada sus crespos y canos pelos, sabía hacer un alto en el camino para tomar una cerveza y fumarse medio puro. Acostumbrado a hacer servicios en su cuerpo civil, se quedó con la inquietud enorme de ser útil al veterinario, que en cualquier momento le requería algún servicio.

Si el Honor es el lema de los guardias, es el Honor del Servicio al Pueblo, el que nosotros los veterinarios venimos practicando desde hace muchos siglos. Se encontraron en nuestra casa colegial, el honor del sencillo pueblo soberano con el honor profesional de los veterinarios universitarios, que ya lo éramos, como dice Columela, desde hace dos mil años.

No se si pretenciosamente he logrado, imitando a Josué, pasar la Historia de los veterinarios por un momento,  para recordarlos.  Pero … hay que volver al “devenir” de las aguas por su cauce y cauce enorme de papel pautado, en aquel que se inscriben como las aguas limpias, noventa y siete nombres de veterinarios: Pilar, Gregorio, José, Luis, Asunción, Eduardo… y sigue y sigue.

Y si el honor de esta Colegio, de sus antiguos Presidentes y Colegiados Jubilados se basó en el estricto cumplimiento del deber, demos paso al Honor de los jóvenes, con pantalón vaquero, impedidos de alcanzarlo,como veterinarios, si no irrumpen como tales en el fraterno cauce de colegiales  activos .

¡ Que todos los veterinarios, veteranos y jóvenes, caminemos al ritmo que nos marca nuestro emblema:¡Higya pecoris, Salute hominis!.

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