Me llegó, como me llega desde
hace muchos años en el mes de octubre, la cita colegial que nos convoca a los
veterinarios, presidida, como siempre,
por el símbolo solar, en cuyos rayos, clorofilando, un horizonte donde pastan las ovejas de un
rebaño, se lee luminosamente: ”Hygia pecoris”.
Es hoy un día que resalta sobre
otros “San Franciscos”, pues se convierte ese símbolo en milagro del Honor, que
adornará los pechos nobles de Presidentes del Colegio, veterinarios colegiados
que lo fueron otrora y en cierto modo lo seguirán siendo mientras vivan.
No se me enfade Don José Garzón
si me atrevo a llamarlo el Viejo Profesor, que puede serlo no sólo porque
estudió la Ciencia de la Vida, del Bios griego,
en que está inserta nuestra Veterinaria,
sino que cultivó la Ciencia con que el hombre encuentra sus derechos
defendidos, ya que posee la Carrera de Abogado. ¿De qué valdría al ser humano
gozar de larga vida para tan sólo vegetar, si al tiempo no pudiera gozar de sus
libertades?.
Es Viejo Profesor, entre otras
cosas, por sus conocimientos universitarios y por portar un noble “aliño indumentario”, que viene de otros tiempos,
presidido, como preside el Sol en nuestro Escudo, por el sombrero en su cabeza
ilustre. Bien acompañado por su también letrada esposa, que parece hacer
patente por su dedicación, ya vieja a toda Res Pública, que nuestro lema, que
el Escudo reza “Hygia Pecoris”, acabará diciendo, “ad salutem hominis”.
¡Qué contrastes nos pone en
evidencia Don José, que siendo viejo profesor, al mismo tiempo se mueve
dinámico y joven por la vida como indica su nombre de Garzón en Cervantina
lengua o “garçon” en la lengua del francés Moliere”.
Tal vez a ustedes tuviera que
decirles con León Felipe: ”No me burlo, señores, no me burlo…¡Estoy hablando en serio!”. Y es
que uno se pregunta:¿Cómo es tan joven Don José?. ¿Será tal vez que se paró en
su continuo tic-tac sonoro, aquel reloj solemne, aquel que presidía La Facultad
antigua de Zaragoza, en la Puerta del Carmen, el de la nueva de Miguel Servet, los
relojes, de los tres Colegios regionales, los del péndulo de nuestras rústicas
pensiones provincianas, los más modernos
de nuestros pisos ciudadanos, allí donde nos trajo el destino?.
Se siente uno tentado a detener
el sol que brilla en nuestro escudo, como Josué en Jericó lo hiciera, para así
contemplar a los veterinarios, a los que
rendimos homenaje, como si en un retablo pudiera reunirlos. Estoy viendo en él
a nuestros patriarcas como Gordón Ordás y a Don Santos Arán, a los veterinarios
de Siétamo, mi pueblo, Don Casiano y Don Regino que al lado de la puerta de la
casa en que vivían, se conserva la anilla a la
que ataban sus caballos.
De estos profetas venerables se
pasa mi contemplación en el retablo a
Vicén, el revolucionario, a Don Julio el
sensato, intermedio de una saga de albéitares. Me miro en este instante a los
modernos y surge Franc, con su antena nasal, como buscando, igual que Costa la Despensa y
la Escuela. Parece ser que las ha hallado, pues pasó por el desierto de
Tardienta y Almudévar, allá en la
Violada (Via Lata), donde los cierzos soplan desbordados por su cabañera, a
Binéfar, donde a la “mañanada” degüellan los corderos, como lo hiciera Abraham,
en aquel sacrificio, “y como los que
degüellan todavía en los lejanos mataderos de Chicago”. Y me veo contigo, amigo
Franc, conducidos en un coche oficial a
contrastar las tareas, que tenía el depósito de abastecimiento de Binéfar, cuyas
aguas, como todas, a Costa tanto le
inquietaron.
Rodábamos y topábamos con pastores, labradores y
tratantes; los vimos siempre los aquí presentes, los vemos y veremos cada día”.
”Todos nos saludan y conocen”, y de
alguna boca surge: ”Vaya un par de
pájaros…”, pero tu y yo, y la Veterinaria, seguimos caminando. ”Ladran, luego
cabalgamos”.
Y veo a Grasa Grasa que puede con
orgullo portar el Hygia Pecoris que preside este retablo. Las dos ovejas que
allí pastan se pusieron alegres al ver que un profesor había escrito casi todo
lo que de ellas se sabía en Aragón; pero no acaba su producción en este libro, pues
si existen los valores que llamamos pecuarios, que de ellos se derivan etimológicamente.
En el Retablo de la Historia, los
valores pecuniarios, que en Binéfar amanecen semana tras semana en un cartel y que tú, Ramón Grasa
Grasa, estudiaste y comentaste en otro
libro.
Aparece también en el retablo un
número ingente de veterinarios y que en tan poco tiempo es difícil citar, pero
lo intentaremos, y aunque se fue, aun permanece Don Antonio Dolset, portador de
sombrero como lo porta Don José en su vivir diario; también se puede contemplar
a San Bueno Castellote y a Ramón Mancho, con quien me juntaba en los Toros de
Barbastro, como me complacía la presencia de Chus Tovar en los de Huesca,
portando un clavel reventón en sus cabellos.
Y aparece solemne, Don Ricardo
Conde, compañero de sillón en la Diputación de Huesca, en tanto Don Fidel, en
torno a un simple potro, me dio lecciones para llevar a cabo la inseminación
artificial de los ganados. Agustín Ubieto Otal fue, ”motu proprio”, el pionero de los que hoy
se denominan “Veterinarios sin fronteras”. Aquí encontramos, con suma
fortaleza, a Rafael Pallás, al que, al hacerle notar esa virtud, diciéndole que
estaba como un toro, con su espontaneidad me dijo que estaba como diez. Don
Teófilo Arlanzón, de nombre y apellidos castellanos, coordinó lo arcáico y lo
moderno rellenando las guías pecuarias a máquina, para el transporte de ganado.
Adelio Castellote, que siendo primo de
los Buenos, algo se le habrá agregado de ellos, para luchar allá en Altorricón,
al que sus ciudadanos, en su lengua
materna, llaman El Torricó.
Luis García Sanz que vino a
Tamarite, desde Guadalajara, donde
trabajó con ahinco y volvió luego a Molina de Aragón, donde el
canónigo Monesma quiso establecer una
aduana.
Jesús Maza Alvárez se me presenta
en el recuerdo con su rostro optimista que lucía en Monzón. Domingo de Juan es
un soplo de fuego que acude en amor al jubilado y cuyo rostro recuerda el de un
asceta.
¡Rafael Gobantes!, te contemplo en
tus paseos lentos con mi tío José María, con Ricardo Serena, el compañero que
se nos fue en Murillo, con Rafael Farina, no el cantante sino el que construyó
hermosos edificios en la ciudad de Huesca, en la Plaza de Zaragoza.
Vemos a Emilio Magallón, que recorrió
durante muchos años la provincia para llegar a Jaca, ciudad señorial , que
concordaba con su propio señorío.
No está presente mi vecino de
monte, José Landa, con quien corrimos, azarosamente la Sarda de Antillón, pero su hija, también veterinaria, nos concede
el honor de su presencia airosa.
Enrique Gil Fortún, que me recuerda el rostro de su
hermano, que allá en la Facultad, nos enseñaba con claridad meridiana el uso de
la Tablas de Alimentación de los animales.
Ezequiel Usón Usón que, en la capital
del Cinca, vio aliviados sus trabajos por sus clásicos y dulces higos y sus ancestrales “dones de
faldetes”.
También se encuentra Aquilino
López, que allá en Broto, en la Montaña Pirenáica, contribuyó al plácido placer
de contemplar al ganado vacuno, pastando
en las praderas.
Julián Navarro Roldán, que
atendía al ganado porcino en tierras fronterizas y cuyo hijo, también veterinario,
se vino hacia Binéfar.
Contemplo a Juan José Miravete,
que de Teruel nos vino y recorrió la provincia de Huesca en múltiples servicios,
para acabar en la Jefatura Sanitaria. Y
recuerdo con gozo y con sentimiento, aquel día en que tres mil ovejas esperaban
el uso de nuestras jeringuillas;
cayéronse las vallas y cumplimos prematuramente y con honor
nuestra tarea.
Ahí está Ignacio Escalona,
Alcalde de Grañén, estoico, agricultor,
veterinario y profesor. Profesor preocupado, que hizo levantar el precio de la
leche a los ganaderos a una Central
Lechera, por hallar errores en sus fórmulas. ¡Echale un galgo!
Pablo Ochoa, quien pasó de
Binéfar a nuestra capital aragonesa, Zaragoza.
Aparece ante mi vista, Don Manuel
Campelo, el leonés de apellidos galaicos, caballero del alma y caballero sobre
caballos africanos, el que supo juntar el honor de la Legión a un tiempo con el
honor total y comprensivo del “mariscal”
de campo, en el medio rural de Alcalá del Obispo y de Siétamo.
Y sigue el silencioso Julián
Romera como si fuera discípulo del aragonés Gracián, que escribió “El Discreto”.
Angel Gayubar, cuando estaba, siendo joven todavía, de “Patriarca” en Lupiñén,
siendo mi asesor veterinario y mi médico
personal, cuando yo estaba de veterinario en Bolea. Eloy Suarez era, y supongo que lo seguirá siendo, un gran
comunicador.
Aparecen unidos Emilio Almárcegui
y su esposa, también veterinaria, que fueron y son grandes compañeros, pues
muchas veces se quedaron voluntariamente con la peor parte. Se notaba que eran
padres de numerosos hijos. Sigue Aurelio Grasa, natural de Esquedas, que con su
presencia sencilla y competente me ayudó siempre que se lo pedí.
Y me encuentro como me
encontraba, siendo estudiantes en Zaragoza , en la Calle Alfonso con Paco
Güerri, que hacía el cuarto Curso, cuando yo hacía el primero, pero su
veteranía no era orgullosa sino aproximativa.
Cuando compraba en Porta algún
apresto ganadero, hablaba con Antonio Carruesco, que es un gran especialista en
alimentación animal, entre otras cosas porque empezó conociendo los continentes
del pienso, es decir pasando los sacos por sus sufridas espaldas. Y recuerdo en
estos momentos a José Antonio Morlán, el
de los blancos cabellos, que quizá sea el veterinario jubilado que más recuerda a un
galán otoñal. Y me acuerdo de su compañero José Gonzalbo, que en aquellos
tiempos era un optimista que te alegraba la vida con sus encuentros. Veo
también a Luis Jiménez, que allá en su juventud, recorría mi pueblo como yo
recorrí el suyo, a saber Esquedas, en la mía. Y hablando de imágenes vemos la
de Julián Lacruz, que es uno de los hombres que más se ha preocupado de la
imagen profesional del veterinario.
Un recuerdo especial le dedico a
Antonio Bonet, viejo compañero de estudios de mi hermano , el psiquiatra
emigrante, por el que siempre me pregunta cuando vuelve a la Patria, y que si
en estos momentos lo hiciera, tendría que decirle que actualmente lucha, allá
en Canadá, por su salud.
Está también previsto en el
Programa, galardonar al personal que
estuvo durante quince años al servicio de los colegiados. Se trata del famoso
señor Rubio, que si en pasados tiempos recorrió caminos vigilando a los
correcaminos, durante estos y citados quince años, hizo correr kilómetros sin
cuento la plataforma de la máquina que reproduce fotocopias, y hoy, más moderno,
recoge y manda “fax”, fumando farias. Ha pasado de rústicos caminos como
nosotros los veterinarios , a recorrer las calles ciudadanas para llevar
marchamos a la Oscense y bloques de mensajes a la oficina de Correos. Correr, correr fue su destino, mas como de infelices
no tuvieron nada sus crespos y canos pelos, sabía hacer un alto en el camino
para tomar una cerveza y fumarse medio puro. Acostumbrado a hacer servicios en
su cuerpo civil, se quedó con la inquietud enorme de ser útil al veterinario, que
en cualquier momento le requería algún servicio.
Si el Honor es el lema de los
guardias, es el Honor del Servicio al Pueblo, el que nosotros los veterinarios
venimos practicando desde hace muchos siglos. Se encontraron en nuestra casa
colegial, el honor del sencillo pueblo soberano con el honor profesional de los
veterinarios universitarios, que ya lo éramos, como dice Columela, desde hace
dos mil años.
No se si pretenciosamente he
logrado, imitando a Josué, pasar la Historia de los veterinarios por un momento,
para recordarlos. Pero … hay que volver al “devenir” de las aguas
por su cauce y cauce enorme de papel pautado, en aquel que se inscriben como
las aguas limpias, noventa y siete nombres de veterinarios: Pilar, Gregorio, José,
Luis, Asunción, Eduardo… y sigue y sigue.
Y si el honor de esta Colegio, de
sus antiguos Presidentes y Colegiados Jubilados se basó en el estricto
cumplimiento del deber, demos paso al Honor de los jóvenes, con pantalón
vaquero, impedidos de alcanzarlo,como veterinarios, si no irrumpen como tales
en el fraterno cauce de colegiales activos .
¡ Que todos los veterinarios, veteranos
y jóvenes, caminemos al ritmo que nos marca nuestro emblema:¡Higya pecoris,
Salute hominis!.
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