martes, 27 de octubre de 2020

¿Hay poesía en las grandes ciudades? (Escrito de mi libro Claroscuros)

                      


     


  

Yo he vivido siempre en ambientes rurales y de pequeñas ciudades. Cualquier cosa en estos medios resulta entrañable e invita a la poesía. De las grandes ciudades sólo tengo noticia por los periódicos, por las revistas y por haber pasado someramente por ellas. Y la verdad es que su imagen me resulta deprimente. Me pregunto: ¿será posible que en las megalópolis no exista poesía?. En las películas americanas se ven caer hombres y mujeres, desde lo alto de los rascacielos, unos impulsados por su propia desesperación y otros por una mano, cuyo dueño se esconde en las sombras. Las novelas describen con toda serie de detalles, cómo cuatro muchachos de catorce  años, arrastran fuera del paseo, hacia los árboles, a una enfermera vestida de blanco, de unos dieciocho años. En el barrio de Harlem las ratas viven o sobreviven en compañía de los negros, que no hacen más que eso, sobrevivir.

De  París tenía una imagen romántica; me había creído a Maurice Chevalier cuando cantaba “Ma pomme”. Indudablemente él y otros trataban de descubrir a los parisinos  algún aspecto poético de París. Y sacaban a la luz la Ciudad “Lumière” a los “clochards sous les Ponts de Paris”. Yo fui a París a tratar de descubrir estos aspectos poéticos, pero sólo  descubrí  alineadas a lo largo de algunas calles, mujeres blancas, negras y amarillas, que se ofrecían al último postor. También había seres humanos de sexo indefinido  y pechos turgentes, que ofrecían su artificio a hombres y mujeres indistintamente.

Había negros de la negritud francófona, que extendían sobre las aceras sus pobres mercancías, consistentes en collares de semillas y pequeños “tam-tams” y era lamentable ver como eran arrojados de sus puestos de venta por la policía.

En los escaparates las maniquís humanas, inmóviles, imitaban a las muñecas articuladas y éstas, a su vez, casi se identificaban con las humanas. ¡Qué morbosa competencia!.

Los “clochards” van cambiando las bóvedas de los puentes por lo menos románticas, pero más cálidas del Metro.

Sentados unos y acostadas otras sobre los bancos de la estación, bromeaban borrachos, escondiendo sus botellas a la sed de sus compañeros. Era un día de elecciones y uno de los discípulos de Baco, levantando su botella en actitud de brindis, exclamó: ”Yo  he votado a  la derecha, porque la izquierda dice que los vagabundos tienen que acabarse”. Este fue el único canto a la libertad que escuché en París.

Estos días, hasta nuestro divino Dalí ha salido desengañado de la capital del Arte. Su exposición ha sido boicoteada por una huelga. Se ha marchado  exclamando : “Paris c’est fini”.

Pero a pesar de estos cuadros, que he intentado describir, no me resigno a creer que no existe la poesía en las grandes ciudades.

Me acuerdo de aquel negro americano que hizo amistad en la celda de su prisión con un ratón con el que compartía su queso. Y me viene a la memoria el preso medieval, pobre cuitado, que ni  sabía  cuando era día, ni cuando las noches eran, sino por un pajarillo. No me extraña que el negro fuera amigo de un ratón, pues yo, de niño, era amigo del “Ratón Pérez” y hoy a mi hija Pilar se le ha caído un diente y el mismo ratoncito le dejará un pequeño regalo. Y también me imagino a “ Mickey Mouse” haciendo felices a los niños americanos. Y el borrachín del Metro parisiense, brindando a la libertad, pone una nota de ilusión en mis tristes pensamientos. Y deduzco que allí, donde haya seres humanos, parece existir poesía.

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