jueves, 29 de octubre de 2020

Las lágrimas van al mar y los gases van al aire.-

 



                                
El parte de las diez de la noche de Radio Nacional del día cuatro de Abril, comunicaba a los radioyentes que una telefonista en Asturias, había sido  sometida   a expediente por falta grave. Dicha falta (dichosa falta para la presunta culpable) consistió en aligerar de viento su timpanizado vientre. Añadía el locutor que la telefonista, previendo su comprometida situación, había pedido permiso para ir a evacuar aires. No le fue concedida licencia contra toda  razón, o tal vez le hubiera sido concedida presentando una instancia debidamente reintegrada.
No se puede juzgar a la ligera a sus jefes, sin conocimiento de causa. No le debió dar tiempo a la infeliz para cumplir dicho requisito, y como la naturaleza está regida por leyes inexorables, los gases salieron por el “locus  minoris resistenciae”, en este caso por el esfínter anal, que es como una válvula de escape, y bien se le valió, pues si así no ocurre, hubiera estallado la pobre telefonista y el ruido hubiera sido más estruendoso que aquel pequeño estallido del que se le acusa, añadiendo como  agravante que los clientes lo podían haber escuchado a través de los auriculares. ¡Qué atención tan delicada a los señores abonados!.
Podían haber dado  a la publicidad una nota diciendo que el ruido no tenía un origen sucio. Más ruido producen algunos aviones, que al atravesar la barrera del sonido, hacen disminuir la puesta de huevos  a las gallinas en las granjas y ponen nerviosos a los hombres y animales juntamente. Y nadie dice nada, y a los granjeros no les piden permiso los aviadores para hacer ruidos. Más “estruendo bronco y con rencor produce el trueno” y nadie le pone pleito al tiempo. Yo creo que la buena chica, en el pecado llevó la penitencia, y lo normal es que se pusiera colorada. ¿Para qué hurgar en su pequeña herida?. Sólo para hacerla más grande.
De ahora en adelante, a los que tienen poco tono o padecen relajación de sus esfínteres, les podían poner un corcho, pero este sería de una crueldad inaudita. Tal vez sería conveniente hacer esto con aquellas personas cuyos gases son insonoros, pero que contaminan el ambiente. Lo malo es que esta gente lo hace solapadamente y cuando se pregunta quien ha sido, resulta que no ha sido nadie.
Para mí no es grave el pecado, pues hasta en un famoso convento venden unas golosinas a las que la gente llaman  “pedos de monja”. Los pudorosos las llaman  “ventosidades de religiosa”. Yo creo que los llamados a juzgar la gravedad de la falta serán benevolentes, recordando que también ellos se habrán visto en tales situaciones más de una vez. Son servidumbres humanas, pues a todos nos hizo Dios del barro de la Tierra

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