jueves, 15 de octubre de 2020

Y Yo me acuerdo de la Guerra Civil y con emoción de los hermanos Trisán.

 


Pero mi padre, los hermanos de Fañanás, Francisco Trisán Viñuales y Antonio, con la participación en aquella sangrienta lucha, que produjo el fusilamiento de la madre y de un hermano del que todavía era un niño, llamado Jesús Vallés Almudévar, se han acordado a lo largo de sus vidas. Yo ya soy viejo, pues tengo noventa años de edad y ya no viven, ni mi padre, ni los hermanos Francisco y Antonio Viñuales ni mi primo Jesús Vallés Almudévar. Pero me acuerdo de la Guerra Civil , de la espera de salir con vida de la bodega de la iglesia de Siétamo, para huir de aquel cruelísimo frente, para vivir en Huesca, en Jaca y en Ansó durante la Guerra Civil.

Francisco Trisán, gran amigo mío que, acabada la Guerra, recordábamos las miserias, llegamos a pasar grandes recuerdos. Francisco Trisán era  el conductor de un camión del Ejército de Huesca, y   llegó a Siétamo, después de que el Teniente de la Guardia Civil Manuel Lahoz, dirigió las tropas durante la noche y en la madrugada del día 29 de Agosto de 1.936, que consiguieron provocara la retirada de aquellos sindicalistas unidos al Gobierno, que habían ocupado las primeras casas de Siétamo. No eran miembros de un Ejército Oficial, sino sindicalistas de diversas teorías políticas. Eran miembros de aquella Segunda República.  Aquí  se contaba con la Confederación General de Trabajadores o de la C.N. T.   y de la Unión General de Trabajadores, partidos ambos del Frente Popular. Estaban luchando con ellos los anarquistas y los miembros de otras agrupaciones, que no eran amantes de la disciplina militar.

Es cierto que formaban parte de unas teorías, qué en zonas industriales de Cataluña, soñaban con crear una nueva sociedad, que tiraría por tierra toda la disciplina, que gobernaba Aragón agrícola. Solo hay que recordar la disciplina agrícola que se organizó en el anterior pueblo de Ibieca, en que a todos se les impuso una disciplina de trabajo en la Agricultura, en que los que dirigían el comportamiento del pueblo, iban armados con sus pistolas, y su trabajo  sólo  era dirigido por sus teorías políticas. Eran formas de diciplina totalmente nuevas y contrarias a la mentalidad de los entonces agricultores. Tan contrarias que muchos agricultores escaparon de la Zona Roja a la Nacional para no ser fusilados.              

Francisco Trisán, llegó a ser un gran amigo mío, que vivió los últimos años de su vida en Fañanás, pueblo que limita su monte con el de Siétamo. Conducía un camión del Ejército, en Huesca y llegó a Siétamo, después de que el Teniente de la Guarda Civil Manuel Lahoz, dirigió las tropas durante la noche y la madrugada del día 29 de Agosto, consiguió provocar la retirada de aquellos sindicalistas unidos al Gobierno. En su llegada a Siétamo, entró en casa ALMUDÉVAR, de donde habíamos escapado toda la familia a Huesca, acompañados por otros muchos vecinos del mismo pueblo. En mi casa se dio cuenta de la soledad en que había quedado y, en lugar de recoger cuadros y otros objetos de valor, en un saco  introdujo todos los papeles antiguos, como escrituras y documentos relacionados con el Conde de Aranda y las distintas familias de Siétamo, como la de los Azara, antepasado de los  Almudévar, Benedé y varias otras. Llevó Francisco Trisán el saco a la Farmacia de Llanas, donde vivió casada mi tía Pilar Almudévar.  






Pero recuerdo a Francisco Trisán en compañía de su hermano Antonio, en aquella pequeña reconquista de Siétamo, la visita a nuestra abandonada casa Almudévar. Hicieron una visita por la Casa, contando al pasar esa cruel guerra civil, cada uno de ellos, los recuerdos que les quedaron en sus memorias. Yo, una vez pasada dicha espantosa lucha, Antonio escribió un libro en el que contaba sus recuerdos y sus impresiones.

Al hermano de Francisco Trisán Viñuales, Maestro y escritor, no he tenido la suerte de conocerlo, pero en mis manos cayó su libro: “ Así fue… No sucumbí”. En él leí lo mejor que se ha escrito sobre la Guerra en Casa Almudévar, en toda mi vida. Dice así : “ En la Plaza de Siétamo, hay una casa señorial saqueada y una iglesia. Esta ha sido como todas, el blanco de las iras; en su portal  queda un parapeto de sacos; en el interior dos cadáveres de los últimos defensores.  

( Hay que recordar que estos hechos ocurrieron en la reconquista de Siétamo el 28 y 29 del mes de Agosto de 1.936).Por todo el pueblo, la legión con sus cantos y con sus disputas.

En el centro de la Plaza  está el monumento obligado a estos pueblos del Alto Aragón: La clásica cruz de piedra con su escalinata. Recostado en ella, Gibbs y su pipa…

Mientras la tropa vivaquea alegremente, me dedico a dar un vistazo por la casa y por la iglesia, que parecen más castigadas. La capilla es pequeña, de un estilo indeterminado…..Hay dos imágenes patronas del lugar. La primera representa a San Pedro; es una talla corriente, de proporciones naturales, vestido de Obispo, con las clásicas llaves del cielo.

Ilustre portero que has de visitar nuestro salvoconducto, cuando emprendamos el último viaje, ¡ Hossana, Hossana!. Acuerdate de este soldado que mientras el resto de sus compañeros bebía y comía en un festín bárbaro sobre las ruinas de tu lar,sintió la dulce serenidad de penetrar en los misterios de tu arcano.

La otra imagen es una vigencita de rostro regordete y lleva un Niño Jesús muy disminuto entre sus brazos, tiene un nombre evocador, hermoso: ¡La Virgen de la Esperanza!.

Se han salvado del sacrificio sacrílego; así lo demuestran esos jarrones de cerámica pintarrajeados, llenos de rosas y de albahaca que son ofrendas de mozas, mayoralesas y casaderas.

Penetro en la sacristía, las ropas del culto están tiradas por el suelo. Alguien buscó el eterno tesoro del cura rural. ¡Error de cálculo!. Sólo había ropajes litúrgicos: capas pluviales de más vista que valor y un “cepillo” con un poco de dinero, contribución de los fieles para “las ánimas del purgatorio”, como reza la inscripción.Tesoro, ¡ja…ja…ja! A lo sumo un mezquino paraíso de calderilla.

Hay una penumbra suave; tan suave que no he visto al entrar un charco de sangre negra al pie del altar mayor. Un defensor herido se debió arrastrar  hasta aquí en un supremo esfuerzo. ¡Ya no estaba el héroe tan lejos de su Dios y de su gloria!.

Yo , pensando en la religiosidad de mi madre que no sabe donde estoy, mascullo una plegaria a esta imagen lugareña, que debiera ser en estos días tristes y solemnes, nuestra dulce patrona: ¿La virgen de la Esperanza!

Sin la esperanza, el mundo: ¿qué sería?

Se han desbordado las pasiones en esta casa solariega; tiene pinta de casa patricia, solaz de mayorazgos y refugio de pobretes. En la amplia fachada, un escudo tallado en piedra con las armas de los Almudévar, familia linajuda del  Alto Aragón. En el patio ya lleno de tropas, algarabía debida al vino noble que los combatientes han encontrado en un torreón de lo que fue castillo del Conde de Aranda, y que el abuelo de esta casa tenía en estima. En el primer piso, muebles, ropas y vajillas en revuelta confusión. No ha quedado alacena ni arquimesa sin abrir.

 ¡Han pasado los bárbaros!.

Restos de lo que fue comedor familiar, dos pequeños rimeros con libros vacíos; éstos sobre la mesa medio abiertos, medio rotos: Galdós, el Duque de Rivas….por el santo suelo.

Un solo volumen ha quedado en el estante: los “Epigramas” de Silvio Kosti o Manuel Bescós Almudévar, con una dedicatoria magnífica del autor. Reza así :”Al ilustre tío Manuel, Mayorazgo y Jefe de mi estirpe. Silvio Kosti”.

Contiguo al comedor, profanado con latas de sardinas y panes de munición, que fue el festín de la Horda, hay una sala amueblada con gusto. Entrando se ve una foto de un caballero de unos sesenta años, de buen aspecto. No puede ser otro que el abuelo al que alude Kosti. Asó lo proclaman su aspecto noble y su bigote blanco y legendario.¡ Ah, si él volviera por aquí y viera todo esto!. Sus manos patricias que empuñaron la esteba en su mocedad, hubiera retorcido el gaznate a la canalla.

¡Una casa que tiene historia de siglos, destruída en pocos minutos!.

Hay un piano con la tapa levantada y sobre el atril música de Straus. Un vals vienés, “ El último corsario”.. He aquí una de tantas incongruencias de loa hombres. Por un lado, la horda destrozando la poética quietud de esta casa…Y otro bárbaro, enamorado de la música, arrancando al piano las voluptuosidades de este vals cien por cien.

No hay armario sano. Ni un vaso, ni nada a excepción de esa habitación que permanece sin destrozos. Ya al salir, en una rinconera magnífica, hay abandonado un estuche de pintura, con su paleta, sus colores y sus pinceles.

Pues bien, aprovechando este mensaje, un “focín” como se dice en Aragón, pintó en el tocador de puro estilo español antiguo, sobre la luna, las letras de rigos, U. H. P.

Muy bien muy bien… yo opino que sí, que debemos unirnos, hermanos proletarios, pero no para esto sino para hacer el bien y conseguir la mayor cultura general.

Salgo y cierro la puerta. Lo único que ha quedado intacto, no debe verlo nadie. Además está dentro vigilante desde su arco el lejano abuelo, el jefe de la estirpe de los Almudévar.

Tomo como recuerdo el volumen de Kosti y salgo a la calle. Sigue la alegría. He de buscar a mi mascota, a mi viejo compañero”.

¡Cómo describe Antonio Trisán Viñuales esas melopeas de los que están en el límite de sus posibilidades alcohólicas!. Los Almudévar eran productores de vino y en el Palacio del Conde de Aranda, encerraban unos seiscientos mil litros. Como es lo que pasa en las luchas, que beben los hombres, porque quieren hacer huis el dolor que producen las muertes y aumentar su valor para seguir luchando.

Antonio Trisán describe con realismo que: “el vino se nota en el ambiente. Cantan los soldados esas melopeas de los que ya están en el límite de sus posibilidades alcohólicas.

Encuentro al viejo algo mareado.La faja le cuelgaf hasta el suelo y se apoya en su fusil como en un cayado. Al verme ,intenta justificarse.

Pero, ¿también, usted abuelo?.

Mira, hijo….comer, beber y … nada más.

Ya, ya, me sé de memoria la canción, le digo mientras lo siento en la Cruz de la Plaza.

Ya es tarde, las ocho de la noche. Brillan las estrellas intensamente y del campo llegan con la humedad de la noche aromas de heno y de flores, como un “canto de vida y de esperanza”.

Es la naturaleza pródiga, embriagadora, que me dice al oído: ¿ qué culpa tengo yo de vuestras locuras?. Efetivamente…Ninguna.

Ronca el viejo, feliz en su borrachera y siguen los cantos un buen rato. Al fin, todos se cansan y se tumban como pueden y en donde se encuentran.  

Para algunos, esta noche ya es la última que viven al raso...

Mañana hemos de enterrar nuestros muertos en el cementerio del lugar.

¡Victoria!,¡Victoria!... Eres la deidad suprema que reinas sobre todo y sobre todos…hasta sobre los muertos. Y tu hálito da vida a las nuevas generaciones, que oirán hablar de estos sacrificios, como de un cuento de Grimm....

Abro la cabina de mi camión y hago de ella  y con ella, juegos del espíritu. Esta noche perfumada, sobre estas ruinas, sobre estos muertos, arrullados por las emociones, es para mí, con su único asiento, una alcoba nupcial.

Nuestro nido, allá en el pueblo natal de (el inmediato Fañanás), es decir en Siétamo, totalmente saqueado, quedó vacío.

¡Cómo quería Antonio a su esposa. Basta leer estas frases suyas, cuando dice “comemos en paz de Dios. Tengo ganas de echar la siesta en mi cama. ¡Dormir en cama!,  paree un sueño… Veo a mi mujer feliz.¡ Que lejos están las trincheras!. En la página entral de su libro “Así fue…no sucumbí”,dice: “ Soy de por aquí y ese paisaje me es familiar”. Cuenta los hechos de la Guerra en Siétamo, que son impresionantes e igual que él, los sentía fuertemente , yo también, porque Mi Padre me contó la muerte de un soldado de dieciocho Guerra Civil.

El autor de este relato de la Guerra Civil, declara en el prólogo de la obra, con letras mayúsculas. “COINCIDE LA TERMINACIÓN DE ESTA NOVELA CON EL AÑO 1.937”. Lo publicó en 1.987, en gráficas MAPA, S, C.- Calle las Fuente,4.. Barbastro.

Antonio Trisán Viñuales, fue un maestro altoaragonés jubilado, que como él mismo escribe:” he prtendido reflejar la vida en las trincheras, en el frente de Huesca”. Como Maestro tuvo una conciencia limpia, amante de la sencillez y enemigo de la violencia. Se vió envuelto en la aventura de la muerte física de los cuerpos humanos y en la muerte pacífica y trabajadora del pueblo. Ha vivido después de jubilado en Esquedas, y ahora podemos meditar sobre su visión de una vida humana pacífica y justa.

Pero entre los recuerdos de aquella Guerra salvaje, destacan con los Trisán de Fañanás, los de su paisano JESÚS VALLÉS ALMUDÉVAR, que con sus catorce años empezó a escribir el DIARIO DE SU VIDA.

 

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