lunes, 19 de octubre de 2020

Santos Jiménez Jiménez, que es el Rey de los Reyes

 


Hoy me ha presentado a Santos Jiménez Jiménez, su hijo menor, que tiene delante de sí mismo  a cinco hermanos y a tres hermanas, ocho en total.

Estaba su hijo pequeño mirándose por la valla del Parque, en su parte Norte, a través del cemento y de las enredaderas, que separan la calle del Parque Municipal. Yo, ya adiviné la causa de esas miradas hacia adentro de la porción del Parque Zoológico, en que cuando pasaba por dicha valla, me llamaban la atención los canarios y jilgueros, que en una cabina, cantaban y alegraban a los niños.  Se veía buscar sus alimentos a las gallinas enanas, a otras más voluminosas y  a los pavos reales, que festejaban a sus reinas, también reales, haciendo sus bailes amorosos delante de ellas, en aquel jardín separado del Parque.

Yo, al ver al   gitanico  mirar al interior del Jardín de los habitantes emplumados del Parque, adiviné  porque se estaba mirando ese jardín, que fue  alegre, por que exponía a los ciudadanos,  las alegres vidas de esas bellas y pobres aves.

Le pregunté al  gitanico  por qué se miraba, con tanto interés, a dichas aves emplumadas y él me contestó que se había enterado que estaban acabando con dicha enorme jaula, llena de aves pacíficas,  que unas eran cantoras y otras de gran belleza de su plumaje.

Los gitanos son amantes de la Naturaleza y vi como se sentían tristes por que los querían apartar de la vista y de sus bellos sonidos, parece que dirigidos a los ciudadanos.

El  gitanico me quiso demostrar como el abandono de aquellas aves de bellos colores y armoniosos  cantos no coincidían con el buen gusto de la raza gitana, pues me aproximó a su padre, que estaba sentado en la pared del jardín de las sonoras y bellas aves.

Su padre Santos Jiménez Jiménez, el Rey de los Reyes, me expresó su opinión sobre la belleza de las aves y de su cantar sonoro, porque se sentía unido con ellos, porque también él, amaba la música. Si, y la amaba porque  él también acompañaba a los “cantaores” y a los “bailaores”. Cuando hacía sonar la guitarra, se sentía tan feliz al oír sus sonidos, como cuando escuchaba cantar a las cardelinas y a los canarios del Jardín Municipal. Se sentía feliz cuando tocaba su guitarra, como cuando escuchaba los sonidos de las aves. Santos Jiménez  Jiménez,  al conversar con él, me di cuenta de que tenía los ojos azules y no negros, pero ese defecto de color en los ojos de un gitano, que ha perdido el color negro, no admite importancia. Pero uno se lo explica  al pensar que ya hace muchísimos años que su sangre calé, ya circula por España.

En el cementerio de Huesca, yacen sus padres,  a cuyos restos van a visitar con mucha frecuencia, pues le duele dejarlos abandonados de sus familiares, pues su padre era Juan del Rey y su madre la señora Juana. También visita,  cuando va al Cementerio, las tumbas de sus hermanos Arturo y Alfonso.

Cuando yo voy al camposanto, me fijo en las tumbas de los gitanos, pues parecen  cada una de ellas un pequeño santuario, en el que asoman flores, esculturas de algunos de ellos y otros recuerdos benditos y  que consuelan a los visitantes del viejo dolor de los que murieron hace ya muchos años. Tiene enterrados muchos parientes gitanos, que a pesar de ser lejanos en el tiempo, tuvieron todos ello un corazón cercano. Esos gitanos han sido parientes santos,  pues no se dedicaron a apoderarse de los bienes ajenos. Pues con los siglos que llevan viviendo en España, no se han apoderado de edificios rentables ni de fincas productivas. A pesar de la mala fama que se les puso en otros tiempos, no han tocado nada, si no se ha tratado de algún tomate o de alguna patata, que tenían que coger para calmar su hambre de alimentos, pero sí haciendo fiestas gitanas, cantando sus canciones sentimentales y recitando romanceros familiares y cantando y bailando su folklore gitano.

Yo, como agricultor los he  llamado,  ya hace unos años a ensacar cereales para llevarlos al Servicio Nacional del Trigo y los gitanos han tenido oficios de fabricar, cestas y caracoleras, que ya se acabó esa actividad por la moda moderna.

 Pero sus viejas canciones todavía emocionan al pueblo cuando escucha  cantar “María de la O”, que así dice: “María de la O, qué desgraciadita gitana tu eres teniéndolo “tó”. Te quieres reír y hasta los ojitos los tienes cerrados de tanto sufrir. Maldito parné, que por tu culpita dejé yo al gitano, que fue mí querer. ¡Castigo de Dios!, ¡Castigo de Dios!. Y a la crucecita que llevas a cuestas, María de la O, María de la O.

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