Al amanecer del día 29 de Octubre de 1.980, la gente que pasaba por la plaza de Zaragoza, contempló un panorama, panorama de la misma, totalmente distinto del que le era habitual. Todo el mundo quedó atónito y todos, se preguntaban el significado de una tan extraña manifestación. Yo dejé volar mi imaginación; José Esteban, un psiquiatra amigo mío, dio rienda suelta al discurso de su razón; muchos preguntaban, preguntaban y en algunos parecía percibirse una extraña sensación de ansiedad, que en algún caso llegaba a la angustia. Hasta las palomas erizadas, parecían participar de esos sentimientos pesimistas.
Habían “embalado” o recubierto la grande y
bella Fuente, del centro de la Plaza de Zaragoza y yo al ver la fuente “embalada”
o recubierta de telones, que para algunos era una protesta contra su belleza
convencional, pero para otros aludía a la contaminación de todas las fuentes en
general, protestando contra todos aquellos agentes contaminantes, que pueden
secar no sólo las fuentes, sino la vida toda. Venía a confirmar esta impresión
el ver un automóvil embozado en unas lonas y a su lado el maniquí de un niño
descerebrado y con la “tapa de los sesos” en el suelo. Un campesino, al pasar
por el gran edificio de Hacienda y ver aquel maniquí de aspecto macabro y con su
cuello enrollado con cintas de plástico,
quedó horrorizado. Le causó el mismo espanto que le produce llevar contabilidad
para “pasar por el aro” de Hacienda y al ver aquel maniquí de aspecto
macabro y con su cuello enrollado con las cintas de plástico, quedó
horrorizado. Le causó el mismo espanto, que le produce llevar contabilidad para
“pasar por el aro de Hacienda”. Le digo: ¡no te asustes!. Y me contesta: ¡que
les den una” jada” a los funcionarios cuando dejen el bolígrafo!.
En una
de las oficinas, en uno de los edificios, en el lado Este, un estudiante de
Derecho consulta los libros que hay dentro de la nevera y cree ver el símbolo
de la congelación de nuestro derecho foral aragonés.
Un aparejador al ver los cuadros
amarillos repartidos por el suelo de la Plaza, dice: ¡a este paso, la
superficie de uno de esos cuadros, será la que le asignarán a cada persona para
habitar!. Tal vez fuera mejor, le contesto, que esas inmensas telarañas
anclasen en el cielo tejados inmensos, bajo los que pudiéramos vivir en
armonía. Al marcharnos con José Esteban, éste exclama: ¡ese torero agarrado al
estoque del semáforo parece gritar un olé macabro, para introducirnos en el
enorme telón negro, que nos separa de los Porches!. Yo me asustaba de la frase
pronunciada por el psiquiatra José Estaban.
Quedé asustado de aquella
confusión de derrota de aquella Plaza, ordinariamente divertida por los niños,
que corrían de árbol en árbol, de los ancianos sentados tranquilamente, tomando
de sol. Me acordé también de aquellos jóvenes mozos y mozas, que subían por las
escaleras del bello y gran surtidor de chorros de agua, que lanzaban unas
figuras de ángeles que soltaban esa agua refrescante. Al oeste se contemplaba
la belleza del Casino, al Norte el gran edificio de Hacienda, al Este tomaban
café los oscenses y sus visitantes y al Este las oficinas
En que un estudiante de Derecho en
un arca de hielo, contemplaba la posibilidad de que se cree, en lugar de desaparecer,
nuestro Derecho Rural Aragonés.
Después de contemplar el horrible
espectáculo de la desaparición de la belleza de la Plaza de Zaragoza, deseo ¡que
vuelva la Fuente a lanzar sus chorros cristalinos y que se sustituyan los
colores muertos del plástico por el verde del césped y el rojo de las rosas!.
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