domingo, 11 de octubre de 2020

Quedamos atónitos. (Claroscuros)

 


Al amanecer del día 29 de Octubre de 1.980, la gente que pasaba por la plaza de Zaragoza, contempló un panorama, panorama de la misma, totalmente distinto del que le era habitual. Todo el mundo quedó atónito y todos, se preguntaban el significado de una tan extraña manifestación. Yo dejé volar mi imaginación; José Esteban, un psiquiatra amigo mío, dio rienda suelta al discurso de su razón; muchos preguntaban, preguntaban y en algunos parecía percibirse una extraña sensación de ansiedad, que en algún caso llegaba a la angustia. Hasta las palomas erizadas, parecían participar de esos sentimientos pesimistas.

 Habían “embalado” o recubierto la grande y bella Fuente, del centro de la Plaza de Zaragoza y yo al ver la fuente “embalada” o recubierta de telones, que para algunos era una protesta contra su belleza convencional, pero para otros aludía a la contaminación de todas las fuentes en general, protestando contra todos aquellos agentes contaminantes, que pueden secar no sólo las fuentes, sino la vida toda. Venía a confirmar esta impresión el ver un automóvil embozado en unas lonas y a su lado el maniquí de un niño descerebrado y con la “tapa de los sesos” en el suelo. Un campesino, al pasar por el gran edificio de Hacienda y ver aquel maniquí de aspecto macabro y con su cuello enrollado  con cintas de plástico, quedó horrorizado. Le causó el mismo espanto que le produce llevar contabilidad para “pasar por el aro” de Hacienda y al ver aquel maniquí  de aspecto  macabro y con su cuello enrollado con las cintas de plástico, quedó horrorizado. Le causó el mismo espanto, que le produce llevar contabilidad para “pasar por el aro de Hacienda”. Le digo: ¡no te asustes!. Y me contesta: ¡que les den una” jada” a los funcionarios cuando dejen el bolígrafo!.

  En una de las oficinas, en uno de los edificios, en el lado Este, un estudiante de Derecho consulta los libros que hay dentro de la nevera y cree ver el símbolo de la congelación de nuestro derecho foral aragonés.

Un aparejador al ver los cuadros amarillos repartidos por el suelo de la Plaza, dice: ¡a este paso, la superficie de uno de esos cuadros, será la que le asignarán a cada persona para habitar!. Tal vez fuera mejor, le contesto, que esas inmensas telarañas anclasen en el cielo tejados inmensos, bajo los que pudiéramos vivir en armonía. Al marcharnos con José Esteban, éste exclama: ¡ese torero agarrado al estoque del semáforo parece gritar un olé macabro, para introducirnos en el enorme telón negro, que nos separa de los Porches!. Yo me asustaba de la frase pronunciada por el psiquiatra José Estaban.

Quedé asustado de aquella confusión de derrota de aquella Plaza, ordinariamente divertida por los niños, que corrían de árbol en árbol, de los ancianos sentados tranquilamente, tomando de sol. Me acordé también de aquellos jóvenes mozos y mozas, que subían por las escaleras del bello y gran surtidor de chorros de agua, que lanzaban unas figuras de ángeles que soltaban esa agua refrescante. Al oeste se contemplaba la belleza del Casino, al Norte el gran edificio de Hacienda, al Este tomaban café los oscenses y sus visitantes y al Este las oficinas

En que un estudiante de Derecho en un arca de hielo, contemplaba la posibilidad de que se cree, en lugar de desaparecer, nuestro Derecho Rural Aragonés.

Después de contemplar el horrible espectáculo de la desaparición de la belleza de la Plaza de Zaragoza, deseo ¡que vuelva la Fuente a lanzar sus chorros cristalinos y que se sustituyan los colores muertos del plástico por el verde del césped y el rojo de las rosas!.

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