Siempre me han llamado a atención los llamadores, que están presentes en los portales de las casas. El hombre siempre los ha necesitado para comunicarse con otros hombres y están colgados en la parte exterior de los portales de las viviendas. Estos llamadores producen unos sonidos, usados para llamar la atención de los hombres que los oyen y que les avisan de que algún amigo quiere ponerse en contacto con ellos. En otras ocasiones avisan al que se dirigen, para ponerles en guardia de algún peligro o de alguna novedad de la vida.
Siempre me han llamado la
atención estos llamadores, que están esperando su uso por el hombre, para
localizarse con otras personas y comunicarse con ellas. El hombre necesita
comunicarse con otros hombres y los llama, usando los llamadores que cuelgan en
los portales de las casas. Es el teléfono un recuerdo de la necesidad de los
seres humanos de comunicarse con sus compañeros y es un paso en la comunicación
de unos con otros. El teléfono es un paso para que los hombres y mujeres se
comuniquen entre ellos, y es un paso de la unidad de los hombres, que esperaban
una lengua superior, como el esperanto. Me acuerdo de Fernando Blasco,
compañero de estudios en la Facultad de Zaragoza, sobrino de un gran Maestro,
que llegó a escribir en aragonés e incluso en esperanto, y que era un enamorado
de comunicarse unos hombres con otros, hablándose en esa lengua internacional o esperanto.
A mí me ha
llamado la atención, la abundancia con que se colocaban en las
puertas de las casas, aquellos “llamadores”, que ahora se ven con cierta
frecuencia colocados en puertas de casas abandonadas. Me duele no poder usarlos
para llamar a sus antiguos receptores, que ya no viven en el mundo. Pero no
puedo abandonar alguno de esos llamadores, que algún descendiente de sus
dueños, colocó en alguna puerta de su domicilio, que a mí me atrae su
contemplación, que me hace reflexionar
sobre el paso rápido de la vida.
Y yo hago caso
de ese paso rápido por la vida y doy
paso a aquellos “llamadores”, para que los hombres y mujeres reflexionen
sobre la brevedad del tiempo y de la vida de los humanos.
Tanto me ha
gustado el uso de aquellos “llamadores”, que coleccioné varios de ellos y los
fui arreglando y algunos los colgó mi yerno Santiago en una habitación. Tienen,
por tanto el matrimonio con su hijo y con su hija, en un lugar retirado, varios antiguos
aparatos, restaurados, que les recuerdan tiempos pasados, que les recuerdan su
vida anterior y que miran con curiosidad
y amor a los tiempos pasados.
Mi hija, su
esposo y sus dos hijo e hija contemplan estos llamadores para acordarse a lo
largo del tiempo de lo que tienen que hacer para vivir felices, pero a esos
aparatos , que se van acabando en la vida moderna, suceden otros motivos de
comunicación que unen nuestro pasado a nuestro porvenir.
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