jueves, 8 de octubre de 2020

Los llamadores o teléfonos.

 




Siempre me han llamado a atención los llamadores, que están presentes en los portales de las casas. El hombre siempre los ha necesitado para comunicarse con otros hombres y están colgados en la parte exterior de los portales de las viviendas. Estos llamadores producen unos sonidos, usados para llamar la atención de los hombres que los oyen y que les avisan de que algún amigo quiere ponerse en contacto con ellos. En otras ocasiones avisan al que se dirigen, para ponerles en guardia de algún peligro o de alguna novedad de la vida.

Siempre me han llamado la atención estos llamadores, que están esperando su uso por el hombre, para localizarse con otras personas y comunicarse con ellas. El hombre necesita comunicarse con otros hombres y los llama, usando los llamadores que cuelgan en los portales de las casas. Es el teléfono un recuerdo de la necesidad de los seres humanos de comunicarse con sus compañeros y es un paso en la comunicación de unos con otros. El teléfono es un paso para que los hombres y mujeres se comuniquen entre ellos, y es un paso de la unidad de los hombres, que esperaban una lengua superior, como el esperanto. Me acuerdo de Fernando Blasco, compañero de estudios en la Facultad de Zaragoza, sobrino de un gran Maestro, que llegó a escribir en aragonés e incluso en esperanto, y que era un enamorado de comunicarse unos hombres con otros, hablándose  en esa lengua internacional o esperanto.





A mí me ha llamado la  atención,  la abundancia con que se colocaban en las puertas de las casas, aquellos “llamadores”, que ahora se ven con cierta frecuencia colocados en puertas de casas abandonadas. Me duele no poder usarlos para llamar a sus antiguos receptores, que ya no viven en el mundo. Pero no puedo abandonar alguno de esos llamadores, que algún descendiente de sus dueños, colocó en alguna puerta de su domicilio, que a mí me atrae su contemplación, que me  hace reflexionar sobre el paso rápido de la vida.



Y yo hago caso de ese paso rápido por la vida y doy  paso a aquellos “llamadores”, para que los hombres y mujeres reflexionen sobre la brevedad del tiempo y de la vida de los humanos.



Tanto me ha gustado el uso de aquellos “llamadores”, que coleccioné varios de ellos y los fui arreglando y algunos los colgó mi yerno Santiago en una habitación. Tienen, por tanto el matrimonio con su hijo y con su hija, en un lugar retirado, varios antiguos aparatos, restaurados, que les recuerdan tiempos pasados, que les recuerdan su vida anterior  y que miran con curiosidad y amor a los tiempos pasados.    

 

Mi hija, su esposo y sus dos hijo e hija contemplan estos llamadores para acordarse a lo largo del tiempo de lo que tienen que hacer para vivir felices, pero a esos aparatos , que se van acabando en la vida moderna, suceden otros motivos de comunicación que unen nuestro pasado a nuestro porvenir.


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