lunes, 26 de octubre de 2020

La cucaracha.-

 

               


                                                    

La pobre cucaracha está desprestigiada, no llega a alcanzar ni la categoría de cuco. Hay cucos muy simpáticos. ¿Quién no recuerda las mariquitas o  coccinelas, semiesféricas, de color rojo intenso y con sus siete puntos negros?. Cuando caía en nuestras manos una de ellas, después de dejarla correr libremente por nuestro dedo índice, la invitábamos a recobrar su libertad, diciéndole: “Marieta de Dios, levanta las alas y vete con Dios”, consiguiendo de esta manera verla marchar, pero no con Dios , sino a devorar a otros cucos de color verde casi transparente: los pulgones a los que conocíamos como “vaquetas de hormiga”. Nos hacía una ilusión enorme ver a estas “vaquetas” alimentándose en los brotes  tiernos de los rosales; pero era todo un espectáculo observar a las hormigas que de la misma manera que los vaqueros suben a la Montaña a ordeñar a sus vacas, ascendían por el tronco y las ramas del rosal a libar el néctar de sus “vaquetas”.

Los hombres explotamos a las vacas como las hormigas y las mariquitas a los pulgones; al fin y al cabo también somos unos cucos, claro, que unos más que otros. De la misma forma que de la palabra cuco parece deducirse el  despectivo  cucaracha, aplicado a escala zoológica, igual se deduce la palabra cucaracho aplicada a la especie humana. Toda regla tiene su excepción, ya que al más famoso bandolero del Alto Aragón lo llamaban Cucaracha, en lugar de “Cucaracho”. ¿Por qué lo llamaban así?. Tal vez porque no era muy malo, según me comunicó un viejo pastor. Salía por la noche, se arrastraba entre la maleza, robaba con su trabuco como las cucarachas con sus trompas y se refugiaba en los agujeros de la Sierra. Poco más o menos, como las cucarachas, salvando la diferencia de que el bandido era generoso y las cucarachas asquerosas.

Me acuerdo de que en mis tiempos de estudiante, cuando me levantaba por la noche, al encender la luz veía una fila de cucarachas, que subiendo por una pata de la mesa entraban por el cajón a emponzoñar mis escasas provisiones. Después de dispersarse, con la luz, la negra procesión, pude comprobar cómo acudían s refugiarse debajo de la fregadera. ¡Qué asco de pensión!. No os riais porque el otro día me dijo un estudiante que en su piso había piojos de dos clases. Hemos adelantado en cambiar la pensión por el piso, pero estamos igual con respecto a los inquilinos. Antes, las viejas se ponían en círculo para despiojarse mutuamente. Yo , cuando me veía en estas lides  cucarachiles, llamaba a mi compañero, que se armaba, con un periódico doblado y se liaba a dar mandobles contra el asqueroso enemigo, al que producía multitud de muertos y heridos. Con la escoba despejábamos el campo de batalla, haciendo algún acto en su manejo para cantar aquello de : La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caiejaminar, porque la faltan, porque no tiene las dos patitas de atrás”.

El humor infantil disipaba así el frío, el hambre y la náusea. Ahora los insecticidas son armas mejores que los periódicos y escobas, pero todavía, de vez en cuando, por algún mostrador de Bar, se ve correr alguna.

Entonces yo no puedo menos que acordarme de la vieja patrona de Zaragoza y de la tía del dueño del dueño del Bar. A pesar de los insecticidas aún quedan cucarachas  y cucarachos. Los debían de hacer selectivos. Los debían hacer selectivos, para que mataran sólo cucarachos y cucarachas y dejaran en pasa a las “ Marietas de Dios” y a las personas.

 

 

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