La pobre cucaracha está desprestigiada, no llega a alcanzar
ni la categoría de cuco. Hay cucos muy simpáticos. ¿Quién no recuerda las
mariquitas o coccinelas, semiesféricas,
de color rojo intenso y con sus siete puntos negros?. Cuando caía en nuestras
manos una de ellas, después de dejarla correr libremente por nuestro dedo
índice, la invitábamos a recobrar su libertad, diciéndole: “Marieta de Dios, levanta
las alas y vete con Dios”, consiguiendo de esta manera verla marchar, pero no
con Dios , sino a devorar a otros cucos de color verde casi transparente: los
pulgones a los que conocíamos como “vaquetas de hormiga”. Nos hacía una ilusión
enorme ver a estas “vaquetas” alimentándose en los brotes tiernos de los rosales; pero era todo un
espectáculo observar a las hormigas que de la misma manera que los vaqueros
suben a la Montaña a ordeñar a sus vacas, ascendían por el tronco y las ramas
del rosal a libar el néctar de sus “vaquetas”.
Los hombres explotamos a las vacas como las hormigas y las
mariquitas a los pulgones; al fin y al cabo también somos unos cucos, claro,
que unos más que otros. De la misma forma que de la palabra cuco parece
deducirse el despectivo cucaracha, aplicado a escala zoológica, igual
se deduce la palabra cucaracho aplicada a la especie humana. Toda regla tiene
su excepción, ya que al más famoso bandolero del Alto Aragón lo llamaban
Cucaracha, en lugar de “Cucaracho”. ¿Por qué lo llamaban así?. Tal vez porque
no era muy malo, según me comunicó un viejo pastor. Salía por la noche, se
arrastraba entre la maleza, robaba con su trabuco como las cucarachas con sus
trompas y se refugiaba en los agujeros de la Sierra. Poco más o menos, como las
cucarachas, salvando la diferencia de que el bandido era generoso y las
cucarachas asquerosas.
Me acuerdo de que en mis tiempos de estudiante, cuando me
levantaba por la noche, al encender la luz veía una fila de cucarachas, que
subiendo por una pata de la mesa entraban por el cajón a emponzoñar mis escasas
provisiones. Después de dispersarse, con la luz, la negra procesión, pude
comprobar cómo acudían s refugiarse debajo de la fregadera. ¡Qué asco de
pensión!. No os riais porque el otro día me dijo un estudiante que en su piso
había piojos de dos clases. Hemos adelantado en cambiar la pensión por el piso,
pero estamos igual con respecto a los inquilinos. Antes, las viejas se ponían
en círculo para despiojarse mutuamente. Yo , cuando me veía en estas lides cucarachiles, llamaba a mi compañero, que se
armaba, con un periódico doblado y se liaba a dar mandobles contra el asqueroso
enemigo, al que producía multitud de muertos y heridos. Con la escoba
despejábamos el campo de batalla, haciendo algún acto en su manejo para cantar
aquello de : La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caiejaminar, porque la
faltan, porque no tiene las dos patitas de atrás”.
El humor infantil disipaba así el frío, el hambre y la
náusea. Ahora los insecticidas son armas mejores que los periódicos y escobas,
pero todavía, de vez en cuando, por algún mostrador de Bar, se ve correr
alguna.
Entonces yo no puedo menos que acordarme de la vieja patrona
de Zaragoza y de la tía del dueño del dueño del Bar. A pesar de los
insecticidas aún quedan cucarachas y
cucarachos. Los debían de hacer selectivos. Los debían hacer selectivos, para
que mataran sólo cucarachos y cucarachas y dejaran en pasa a las “ Marietas de
Dios” y a las personas.
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