Según la tradición, el Obispo entrando en la ciudad con una mula blanca. |
El día de su jubilación le leí lo siguiente: “a Don Lorenzo Mallada, le ha llegado la hora de “amallatar”. Pera eso de “amallatar”, a los que no son altoaragoneses, les suena a algo raro, pero los nativos, lo comprendemos a la primera. Porque “amallatar”, es lo que hacen nuestros pastores y nuestros ganados, después de sus largas caminatas por esos montes de Dios, después de pasar calor y sed y de tragar el polvo de los caminos. ¿Qué hacen para “amallatar”?; sencillamente descansar en “un prado verde e bien sensido, logar cobdiciadero para home cansado”, a la vera de una fuente o bajo la sombra de un frondoso árbol.
Así describe Gonzalo de Berceo, el primer poeta castellano, el sentido de la palabra aragonesa, “amallatar”. Y si Gonzalo de Berceo “fizo una prosa en román paladino, que mereció una copa de buen vino”, yo, hago esta humilde prosa para celebrar el descanso del jubilado veterinario Mallada, que valdrá, como creo, unos ternascos asados y regados con buen vino. Y he traído a colación la palabra “amallatar”, porque el lugar donde descansan pastores y ganados juntamente, se llama en aragonés “Mallata” o “Mallada”. Y Mallada habrá, sin duda, descansado en alguna de ellas, junto con los pastores, en más de una ocasión, después de una de esas vacunaciones, en las que se mezclan el calor, las moscas, los olores, el polvo, las imprecaciones de los ganaderos, los sonidos de las esquillas, los ladridos de los perros y también las pisadas penetrantes y dolorosas, con las que las ovejas nos aplastaron, en diversas ocasiones, los pies y a veces también nos pegaron alguna “tozada”.
A pesar de que las ovejas dan a veces una “tozada”, yo, como dice la canción “quisiera ser tan noble como los animales” y por eso admiro a San Francisco de Asís, que los llamaba hermanos y por eso me hice veterinario, y por eso admiro a todas aquellas personas, que están en contacto con el reino animal: pastores, granjeros, ganaderos, matarifes, que con su corpulencia y su cuchillo parecen crueles, pero tienen un corazón que no les cabe en su amplio pecho. Y por fin admiro a los Veterinarios, que son los universitarios que más de cerca viven las penalidades, el sacrificio y en una palabra, que más se aproximan al “hábitat” de sus clientes.
Por eso es para mí, un placer hablar de Lorenzo Mallada Loriente, y placer doble, por ser veterinario y por oscense. Sí, oscense como su ilustre pariente Don Lucas Mallada y nacido en una calle de labradores: la calle de San Lorenzo, 49, y en una casa de los mismos labradores. Aquellas casas conservaban las tradiciones a través de los siglos y en la que nos ocupa, ponían a disposición del Señor Obispo, que venía a tomar posesión de la Sede Oscense, una mula o un caballo, sobre el cual hacía, desde Salas, la entrada triunfal en la Plaza de la Catedral. La mula tenía que ser, preferentemente blanca, pero si no, podía ser torda, pero lo que no debía ser nunca era “guita” o resabiada. En cierta ocasión llegó un nuevo Obispo a Huesca y los Mallada pusieron a su disposición, una hermosa mula, pero era “guita”. Ellos pensaron que llevándola los dos hermanos, uno de cada brida, bien sujeta, se portaría bien.
Allí estaba preparado el cortejo triunfal de los feligreses, no de los paladines en la explanada de Salas. Estaba allí la mula, que llamaba la atención por la hermosura de sus aparejos y el General de la Plaza, como caballero en tantas lides se vio atraído por aquella acémila tan bien atalajada, le fue a dar una palmada cariñosa en las ancas, pero no le dio tiempo, pues la bestia le propinó una coz. El General en lugar de quejarse de su propio dolor, se preocupó de la seguridad del Señor Obispo y acusó a gritos a los Mallada de sabotaje y éstos contestaron, que de la mula respondían ellos y que si le había dado una coz, era por haberse metido donde no le importaba.
Así que estamos en presencia de un oscense hasta la médula, se llama Lorenzo, nació en la Calle de San Lorenzo y de segundo apellido se llama Loriente, que quiere decir en aragonés Lorenzo. Estudió en los Salesianos, siendo director su pariente Don Mariano Mallada y más tarde en el Instituto.
El oscensismo de Mallada queda suficientemente probado, pero lo ha seguido demostrando a lo largo de toda su vida, porque habiendo tenido otras oportunidades profesionales, no ha querido salir del Alto Aragón.
Su primer pueblo fue Peralta de Alcofea y su primer coche un Citroen de cinco caballos, pero porque le dio facilidades su hermano, el que estaba en Fernando Po, sino ¡de qué!. En aquellos pueblos y en aquella época, el veterinario lo pasaba mal, porque los mismos labradores, estaban en mal trance, como decía la copla: “El Tormillo ya no muele, La Masadera no masa y el pobre Castelflorido, jodidamente lo pasa”. Ante aquellas perspectivas aguantó. Aguantó sólo un año y se fue a Lalueza y entre estas poblaciones y Grañén, Robres y Sesa, pasó su vida profesional hasta que llegó a Huesca, a acabar su vida profesional.
Con tantos pueblos por los que tenía que acercarse, no le quedó más solución que desplazarse en caballos mecánicos, de forma distinta como lo habían hecho los veterinarios anteriores, que montaban caballeros en sus caballos. Mi abuelo Don Manuel Almudévar Vallés, mandó construir dos casas iguales, una para el médico y otra para el veterinario. En Ambas casas, destinó una parte de ellas, para construir la cuadra para acomodar a sus caballos. Hoy en día, al lado de sus portadas, cuelgan dos anillas de acero, donde médico y veterinario, enganchaban sus caballos.
Me acuerdo de ti, Lorenzo, con tu edad de retiro, que hacía un tanto torpes tus andares. Me acuerdo con cariño, pero ahora, soy yo el que examino las cualidades de mis sentidos, pero comprendo que todos los hombres pasamos por el camino, que va al fin de nuestras vidas.
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