miércoles, 7 de octubre de 2020

A mi hermana Mariví.

 

   

                    María Almudevar, Lourdes Llanas y Mariví.
                                   

De las dos hermanas y cuatro hermanos Almudévar de Siétamo y Zamora de Huesca, ella era la mayor y a la que todos hacíamos caso, porque nuestra madre murió cuando todos éramos muy niños y ella acompañada por nuestro padre, por nuestra abuela materna Agustina Lafarga, por nuestra tía Rosa y por nuestra hermana María, se preocupaba de todos nosotros. Ella ha muerto el día 28 del mes de Octubre del año 2.006, dejándonos vivos sólo a mi hermana María y a mí. Fue Mariví la hermana mayor de los seis hermanos  y tía acogedora de todos los sobrinos que de ellos vinieron a este mundo, pero después de casarse con Luis Tesa Ayala, tuvieron dos hijas a saber Mercedes y Victoria y un hijo llamado José y de Victoria casada con Eduardo Faleiro, ha tenido un nieto y una nieta y de José, unido con Asunción Serrate tuvo dos hijas y un hijo, que unidos a toda la familia, acudieron a acompañarla en la misa funeral hasta el cementerio.

Ella quería que la enterraran junto a su madre, de la que sacó ese amor a  todos  y su hija Mercedes se había ocupado de realizar ese deseo, que vimos todos sus familiares cumplido.

Siempre trabajó, desde que vivía en Siétamo, donde no sólo se bañaba con su prima Lurdes Llanas en una bañera de zinc, con el agua calentada por el sol en una pila de piedra, sino que estudiaba en Huesca, en casa de nuestra abuela. Se hizo Maestra y ejerció en Banariés, acogida en casa de Sauras, donde todavía se acuerda de ella el señor Teodoro Sauras, que la acompañaba los sábados hasta el puente, cuando volvía de pasar la semana en Banariés; más tarde estuvo en Castejón de Arbaniés, donde la señora Rosa   de casa Canudo, le daba lecciones de austeridad al ir a Huesca, a sus muchos años, andando, mientras, mientras mi hermana iba en bicicleta y además le proporcionó una poesía aragonesa, que yo guardo, desde que mi hermana me la dio.

Más tarde trabajó en el Ayuntamiento de Huesca, donde atendía a los ciudadanos. A Huesca la amaba con todo su corazón y  cultivaba  ese amor, contemplando los hermosos cuadros que pintaba Luis Tesa, en que aparecían desde la Muralla hasta la Catedral,  pasando por los arcos del techo del Ayuntamiento. Uno de esos cuadros lo contemplo con cierta frecuencia, cuando voy a Pamplona a ver a mi hija y a su esposo con su hijo y con su hija. Hasta ahora, cuando lo miraba, me acordaba de la obra arquitectónica de Huesca, pero desde estos momentos, me acordaré del bien unido matrimonio de mi hermana con su esposo Luis Tesa Ayala, con el que lucharon en Acción Católica para que Huesca no perdiera la fe de sus antepasados.

Ese hogar Tesa- Almudévar era un hogar feliz, donde acudíamos con mucha frecuencia los hermanos, que nos habíamos ido a vivir a Siétamo; me acuerdo de Mercedes tan simpática y de José tan guapo y tan inteligente, destacando Mercedes por haber heredado la maternidad de Mariví, lo que la ha convertido en la asesora de toda la familia. Pero Mariví cayó enferma, llegando a perder sus cualidades físicas, sin embargo yo creo que conservó íntegras sus cualidades morales, porque creo que el Señor la hizo sufrir la separación de su hogar, para prepararle un futuro mejor. No estaba sola, porque su hijo José subía cada día a verla y acompañarla y Mercedes y Victoria cada vez que tenían un momento libre, acudían desde Zaragoza y desde Madrid, donde trabajaban. Cada día conversaba menos, pero sin embargo, manifestaba sus sentimientos, pues cuando su cuñada Feli la besaba y la abrazaba, ella lo agradecía, diciéndole: ¡gracias!, como le dijo en los últimos momentos de su vida a su Párroco don José Antonio Monreal, que se quedó admirado de esa palabra en boca de quien se estaba despidiendo de este mundo.

Yo también estoy satisfecho de que leyéndole su hija Mercedes un artículo en el que nombraba a mi hermana acompañada por Lurdes Llanas y por Isabel Cativiela, se le abrieron los ojos y dijo algunas palabras, que recordaron su juventud. Fina Barraca acudió a su entierro y  Deisi Ibarra, lloraba como una niña.

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