Cuando estuve en el Pais Vasco y más tarde en Navarra, me encontré con numerosos pueblos con la terminación de su nombre en –ain, como por ejemplo Andoain. Pero también en el Alto Aragón se encuentran lugares con nombres que acaban igual y esto es una prueba de que aquellos habitantes de la Montaña eran vascuences, igual que los navarros; más abajo, desde Lérida a Huesca eran ilergetes, que hablaban el vasco –ibérico. En nuestra provincia se encuentran el pueblo de Gistain, el de Escuain y la aldea de Badain. Esta se encuentra en la salida del valle de Gistain hacia Bielsa o hacia Ainsa, según uno vaya hacia Francia o hacia Huesca y desde la carretera se ve allá arriba, encima de una elevada colina, con su torre de la iglesia indicando las mayores alturas del cielo, rodeada de árboles, entre los que se encuentran numerosos nogales. Subimos a contemplar de cerca la belleza de aquel lugar con un nombre tan eufónico o biensonante. Una vez arriba aparcamos en una Plaza, en la que se encontraban unas tres o cuatro casas y más adelante, pasada otra casa con un pequeño jardín, en el que las flores alegraban el ánimo de las personas, que por ahí llegábamos, con sus variados colores y su lozanía, se alzaba una torre de piedra fuerte y con unas escaleras que daban acceso a un refugio turístico. Contrastaba la seriedad de dicha torre con la alegría que producía ver a su lado una puerta, a través de cuyas rejas, se veía un cementerio y en su parte alta estaba escrito en un cartel: Entrada a la Iglesia. Este “fosal” no tenía paredes que lo cerraran, pues entrando en él, a la izquierda, se veía un desnivel, que daba a la carretera por la que habíamos subido y a la derecha, estaban los muros de la iglesia.
Se entraba en el cementerio entre las tumbas, casi todas ellas adornadas con flores y con plantas ornamentales y mirando los nombres de aquellos difuntos, como lo estaremos nosotros cuando el Señor disponga, veías apellidos altoaragoneses, que ocupan todo Aragón, porque los hermanos de sus antepasados bajaron a vivir en la Tierra Baja. Muchos marcharon a Francia y allí estaba la tumba de uno de Badain, en la que ponía: De ton frère. Aquellas tierras vivieron unidas muchos años con los franceses y más tarde, en el Alto Aragón, recibimos muchos de ellos y a Francia pasaron numerosos montañeses. Entrar en aquella iglesia llevaba consigo un misticismo en el que se hermanaban la vida con la muerte y no podías hacer otra cosa que recordar con cariño a aquellos dos jóvenes sacerdotes, allí enterrados el año 36 y a los abuelos de Feli Nasarre. Al lado de la puerta había un gran cuaderno en el que algunos habían escrito sus sentimientos y sus devociones y como el lugar era un refugio del espíritu, estaban las tarjetas postales que recordaban a Badain y otras en las que estaban representados santos, como San Visorio o la Virgen montañesa de la Peña.
Al salir de la iglesia, continuamos interesados en terminar de ver el pueblo y delante de ella, mirando al Norte, había un espacio con forma de media elipse y rodeada en sus extremos por una pequeña pared de piedra, en la que muchos se sientan y observan los altos Pirineos y mirando hacia abajo se ven correr las aguas del río Cinca, pues el afluente que se llama el Cinqueta, se acaba al salir del Valle de Gistau. Desde allí se ven los blancos tubos de las compañías eléctricas que bajan de lo alto a lo bajo las aguas que producen energía eléctrica. Y allí, en Badain vivían los abuelos de Feli Nasarre y en ese pueblo debió de nacer. Su abuelo era de la compañía eléctrica que regía aquellas instalaciones y Feli se acuerda entusiasmada de Badain, de las nueces y del paisaje, que desde este punto detrás de la iglesia, se divisa, igual que yo me acordaré de un balcón, que todavía se conserva, a pesar de ser de madera y de tener cientos de años, con su cubierta y su solar formado por dos tablas. Tres familias vivían en Badain, que recuerda la copla que dice: Tres cosas hay en España- que no las tiene Madrid-casa el mesón, casa el Baile- y el Galán de Badain.
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