sábado, 28 de noviembre de 2020

El Hombre , el Caballo y el Toro

 


En la antigua Iberia, es decir en España, se encontraba el hombre acompañado principalmente por caballos y por toros y el íbero, inteligente, quiso hacer amistad con ambos. Con el caballo lo logró rápidamente. Y todavía después de muchos siglos, les une una amistad que casi los identifica. Ya lo profetizaron los clásicos con el mito del Centauro, que tenía su tronco humano, con su cabeza y sus brazos, en tanto el cuerpo era el de un caballo con sus cuatro remos y su rabo. Al toro lo han amado mucho los íberos e incluso en nuestros tiempos se han elevado hermosas siluetas de toro, sobre las colinas, pero salvo algún pastor que vivió con él en las ganaderías, no ha conseguido el hombre ser amigo íntimo del toro, como lo ha sido del caballo. Van cambiando las costumbres y parece ser que la introducción de la vaca holandesa berrenda en negro, gran productora de leche, empezó a promover que los habitantes de alguna gran ciudad, miraran a los toros y a las vacas bravas, con poca simpatía. Pero todavía quedan ciudadanos como José María Sorribas, nacido en el pueblo de Ibieca, que recuerdan con nostalgia su vida en común con novillos de origen bravo. Me contó que cuando tenía unos dieciocho años, bajaba a Tardienta y le compraba a un tratante, llamado Antonio Álvarez y apodado como el «Campando». Le llegó a comprar una docena de esos novillos que sin recibir la denominación de bravos, lo eran. Procedía de Navarra y varios pueblos de las Cinco Villas, como Ejea o Fuencalderas. Aquellas vacas que criaron a estos novillos eran terribles recién paridas y no se podía el hombre acercar a ellas porque le acometían. José María Sorribas conducía, de cuatro en cuatro novillas, de unos tres meses, desde Tardienta a su pueblo de Ibieca. Era aquel viaje una procesión de sufrimientos y dolores, porque aquellos novillos llevaban sangre del "tauros ibéricus" y aunque no tenían tanta bravura como los destinados a las corridas, acometían y tenían que castrarlos para que trabajaran como bueyes. Eran auténticamente bravos, pues al sacarlos de Tardienta, de la compañía de sus madres, a cada instante retrocedían, hasta que llegaban al Castillo de Cuervo, que está a unos doce kilómetros de Tardienta y cerca de Sangarrén. Al llegar a Cuervo estaban cansados y ya no causaban tantas molestias. a Sorribas. Por caminos viejos y poco usados iban de Sangarrén a Albero Alto y luego a cruzar por la ermita de Bureta de Fañanás, al empalme de Liesa e Ibieca. Llevaba Sorribas, como pastor, una buena vara de avellano, pero al llegar a Ibieca volvían a sublevarse, tanto más cuanto más comían. Atacaban fuertemente cuando estaban hartos y aquella manifestación le hizo pensar a José María, que tal vez fueran animales destinados a vivir en soledad, en amplios prados y bosques, donde hubiera paz y no tuvieran enemigos. Es más, cuando en Ibieca los soltaban a abrevar a la fuente, si encontraban mujeres qué iban a buscar agua, las acometían, las tiraban por el suelo y les rompían los cántaros. José María no atribuía a estos hechos su afición a las corridas de toros, pero cuando en la plaza de toros se sentaba en su puesto, se le revolvía la sangre con la de aquellos novillos, que quizá tuvieran la misma que los Carriquiris, que tenián sus antecesores en Navarra y en Ejea. Lo que vio Sorribas en aquellos novillos procedentes de Ejea, lo descubrieron, por ejemplo, aquella monja de clausura, que me contó, que allá en Gella, provincia de Teruel, vio ya hace unos sesenta años, una corrida de toros, con la participación de una joven rejoneadora y que su satisfacción artística fue enorme, pero como los portugueses, se quejaba de la muerte de los toros. Y yo a los cinco años de edad, me asomé cierto día al balcón que asoma al corral en nuestra casa de Siétamo y vi que estaba lleno de vacas "rayas" y negras, que llevaban colgando de sus cuellos unos troncos de madera. Eran para impedirles emprender carreras por los caminos, ya que las llevaban a Barbastro. Lo que dijo Sorribas de que los toros tal vez deberían encontrarse en grandes bosques y prados y vivir en paz, lo descubrieron también los poetas, que pensaban que existía una guerra entre los hombres y los toros. En el Libro Número Uno de Cossío, está escrito lo que un poeta soñó con los toros: "Partido en dos pedazos, este toro de siglos, -este toro que dentro de nosotros habita: -partido en dos mitades, con una mataría- y con otra mitad moriría luchando ... ". Pero no fueron solo los hombres sencillos, como Sorribas y los poetas, cuyas poesías acabamos de leer, los que se dieron cuenta de los misterios del toro, sino que también artistas geniales como Francisco de Gaya. Este pintó treinta y tres láminas de aguafuertes, sobre la Tauromaquia, tema que tanto amó, ya que dicen que en su juventud, realmente toreó. En estas obras se ven multitudes de ciudadanos con expresiones contradictorias, que son como contrastes. Son contrastes entre "La Diversión" y la tragedia. Parece ridiculizar a los ejércitos de Napoleón, que ejecutaron "Los fusilamientos" de aquellos que ya sabían de sangre, por su asistencia y contacto de siglos con los toros, que hizo patentes en los cuadros de "La Tauromaquia". Picasso con su arte pictórico no solo toreó con los misterios del toro bravo, que en algunos cuadros les pintó una cara bondadosa, sino que alabó la belleza del caballo y su amistad con el hombre ibérico. Su arte lo dedica a la muerte, no solo del hombre, sino también la del toro y la de los caballos. El año de mil novecientos treinta y tres, expuso una verdadera obra maestra sobre este tema, titulada "Corrida: la muerte del caballo", en la que se ve la actividad del toro y del caballo y se contempla la muerte del torero, que aparece sobre la cabeza del toro, vestido con su llamativo traje de luces de colores verde y oro. El vientre del caballo perforado por los cuernos del toro está echando sus intestinos sobre el rojo capote que parece ser una alfombra tétrica en el suelo. El toro estaba también destinado a morir, lo que da la impresión del significado necrofílico de los toros. Picasso trata de comprender el misterio de los toros españoles y como no puede expresarlo con palabras, lo pinta en la cabeza del toro con amor, haciéndola aparecer en medio de la terrible escena con una gran nobleza, que hace dudar a los que atacan la fiesta taurina y a los que la aman. Igual que lo que pensó José María Sorribas, que le llevó a decir "tal vez fueran los toros animales destinados a vivir en soledad, donde tendrían paz sin enemigos". Las corridas de toros han sido mal vistas por los extranjeros, pero hay que tener en cuenta que el Señor puso a estos bravos animales sobre la Península Ibérica y del contacto con los íberos, surgieron aspectos románticos como el pastor tranquilo sobre aquellos prados con encinas, a cuya sombra se acuestan, por otro lado viene la "Diversión", que representó Gaya, en la que se mezclan la vida y la muerte. Pero no tenemos por qué avergonzarnos de los toros, como debían hacerla con las cacerías de raposas en Inglaterra, las luchas de gallos, por ejemplo en la República Dominicana, las luchas organizadas de perros, la monta de una especie de búfalos cheposos en Estados Unidos y Méjico y hoy día algunas carreras destructivas de vehículos con la muerte de sus conductores en algunos países. Pero Picasso fue capaz de torear con su arte el miedo a la muerte, pero no solo del toro sino también del hombre y del caballo y resucitó la visión del Minotauro. Por eso, unas veces, pinta la cabeza del toro con rasgos de nobleza y de bondad, y en otras "con una loca agresividad". Parece ser que Picasso buscaba una explicación del comportamiento del toro y resucita la figura del Minotauro, como enemigo de los hombres, igual que pintó el Guernica, con el que maldice la violencia de los que la bombardearon, haciendo morir a tantos ciudadanos. Así como en las plazas de toros se exhiben capillas con Cristos, Vírgenes y Santos, entre los cuadros de Picasso, aparece Cristo en la Cruz, con su brazo derecho suelto y con un capote en la mano. En la mente del poeta Rafael Morales, se plantean preguntas como la siguiente: "¿Qué tenebrosa fuerza, qué delirio- mueve los corazones de estos toros?". Esta misma pregunta se hacen Picasso, Sorribas, la monja y yo mismo; al contemplar las corridas de toros: "¿Qué río de odio, de dolor, de ira,- se despeña en las astas,- y qué secretos ángeles de vino- enloquecen la tarde plateada?".

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