sábado, 14 de noviembre de 2020

Fernando Patxot, autor de “Las ruinas de mi convento” y “las de Montearagón”

 


Nació este historiador balear-catalán y escritor romántico de nobles sentimientos, parece ser que en Mahón en 1812 y murió en Monserrat en 1859. Mi recuerdo de tan ilustre narrador de la matanza de frailes por los años de 1835 y de la desamortización de novecientos conventos, por Mendizábal en 1836, se debe a la triste situación, que reinaba en España el año de 1835, igual que la del año de 1936, cien años después, en que nos vimos oprimidos en España. Mi querido padre Manuel Almudévar Casaus, vio como se fusilaba a “tout le mond”, a gentes sencillas de una y de otra idea y a curas y frailes, como al Padre “Jesús”, cuya fotografía ha impresionado a los españoles y a los rusos, cerca del río Guatizalema. Pero,  al mismo tiempo  se acordaba del incendio que produjo en el Monasterio de Montearagón, el comprador del Monasterio en el año aproximado al de 1835,   cuyo brillo y sus nubes de humo, se contemplaron desde Siétamo. A Siétamo acudió, al huir del convento, después de refugiarse en Loporzano, el que fue primero  fraile  y luego Mosen o sacerdote,   uno de ellos, llamado, Mosen Perote, que ayudaba al Párroco y que vivía en casa de Lobaco. Dicen que el pueblo lo veía en la ventana, cuando vivía,  pero también los espíritus impresionados por tales desafueros, lo contemplaban en la misma ventana,  después de muerto. La anciana señora Juana, me contaba cosas pasadas y mi padre me hacía ver los salvajes acontecimientos de 1835, hacía cien años, con los que se repitieron el año de 1936 y me recordaba la similitud o más bien la total equivalencia entre “Las ruinas de mi convento” y las ruinas del Monasterio de Montearagón, construido por el Rey de Aragón y de Navarra, Sancho Ramírez, del siglo XI, para conquistar Huesca a los moros en el año 1011. Todos lo días  veo esas ruinas y todos los días me miro un cuadro en que se ve arder Montearagón, como en Calasans, cerca de Barcelona, ardió  el convento del Carmen. Aparece ardiendo tal convento en el libro de Patxot, “Las ruinas de mi convento”. Las mismas escenas se dieron  en 1834, en Madrid, donde  se produjo una gran matanza de frailes.  En ella  fueron asesinados 73 y otros once resultaron heridos durante la jornada del 17 de Julio, cuando reinaba el cólera, del que   se corrió la voz de que tal enfermedad había sido provocada por unas cigarreras a las que los jesuitas les habían proporcionado unos polvos de veneno, contagioso. Pero dicha epidemia la provocó el Ejército de Isabel II, que adquirió en la frontera con Portugal. El motivo de los motines en que se sacrificaba a los frailes y a las monjas y se destruían los conventos, algunos dicen que no era religioso, sino debido a las necesidades que el pueblo estaba pasando y que creía que se resolvería con la destrucción de los conventos, de sus comunidades y de las tierras que poseían. Mendizábal crea la Ley de la Desamortización y se empieza a ejecutar en 1836 y 1837.Parece ser que los políticos de arriba, querían que los bienes desamortizados, fueran parte de una Caja de Amortización, pero a pesar de esta idea, muchas propiedades fueron dilapidadas, pues se pusieron muchas a subasta pública, con lo que se aprovecharon de los bienes de las “manos muertas”,  otras “manos criminales”, que como el que se apoderó del Monasterio de Montearagón, dispersó gran parte del patrimonio cultural y luego, le prendió fuego al Castillo-Monasterio. Hay quien dice que los políticos no tuvieron la culpa de aquellos crímenes, pero, cuando se asaltaban los conventos, el Ejército no intervenía en calmar a la multitud agresora. Si esta intervención no se daba en aquellos años de 1835, lo mismo pasaba en el año de 1936, en que la República se daba el nombre de Democracia y estaba descompuesta por los políticos gobernantes, que no se oponían a alguno de los poco más o menos,  catorce sindicatos, que hacían lo que querían, como matar a los civiles y a los curas y frailes. En Siétamo, en el año de 1936, el Ejército, a las órdenes del Coronel Villalba, que residía en Barbastro, se recreaba tomando el sol, a las orillas del río Guatizalema. Su superior militar, Villalba, estaba sometido a la duda y al miedo de si podría parar una revolución tan salvaje y tan fuerte de los milicianos. Estos milicianos no se sometían a la disciplina militar y tuvieron que sufrir y hacer sufrir a todos los españoles, envueltos en una Guerra Civil cruel y salvaje. Entre aquellas tropas de milicianos se encontraba el “Padre Jesús”, huido de su convento y que siendo obligado a gritar “Viva la República”, exclamó: ”Viva Cristo Rey” y cerca de las orillas del río Guatizalema, lo fusilaron. Sólo queda del “Padre Jesús”, una fotografía conmovedora, que está extendida por toda España. Y todavía dicen que aquello era una Democracia, donde una vida humana no merecía el respeto de la Sociedad y el funcionamiento de la burocracia, ni  para poder conservar el nombre  de la víctima y conocer algo de su vida civil y religiosa. A escasos kilómetros de Siétamo,  se encuentra Fañanás y allí fusilaron a la madre de Jesús Vallés Almudévar y a su hermano de pocos años. Un comisario, en una reunión del pueblo, dijo que aquellas personas que no trabajaban, no tenían derecho a comer y por tanto habría que eliminarlas. La madre tenía mucho trabajo con sus hijos y el hermano de Jesús Vallés, con sus quince años, estudiaba, pero los mataron. El pueblo yo creo que no tuvo la culpa de esos fusilamientos, pues no había estudiado, tenía grandes necesidades y carecía de cultura. En el próximo pueblo de Blecua, gracias a un Maestro Nacional, llamado Cavero, todos poseían una mente culta y no mataron a nadie durante la Guerra Civil. Parece que estoy escribiendo como si los hechos de crímenes salvajes, ocurridos en nuestro País, hubiesen sucedido todos en el año de 1936, pero también ocurrieron en 1835. Y esta confusión se explica  porque en España, no había crecido la cultura en el pueblo en cien años. En 1835, en el Convento del Carmen, situado en la costa mediterránea, cerca de la colina de Calasans, escibe Manuel, el único superviviente del libro, cuyo autor es Fernando Patxot en “Las ruinas de mi convento”, que “Apenas pasaba día sin que las cercanías de nuestra morada fuesen teatro de alguna escena sangrienta. Ya era un moribundo que imploraba los socorros santos, y a quien acudíamos para desatar de su alma los lazos con que la humana ira la sujetaba. Y luego los enemigos de aquella víctima llamaban a nuestras puertas con imprecaciones, y nos hacían furiosos cargos porque habíamos dado acogida y socorrido en sus últimos momentos a un desventurado. A lo mejor entraban tropas desbandadas, se apoderaban de nuestros comestibles y de  cuanto lienzo encontraban, y por despido destrozaban nuestras camas y todos nuestros muebles. El Padre José, por aquel tiempo guardián, reunía entonces en el templo a todos los religiosos, y mientras en los patios y en los corredores resonaban la gritería, los pasos, el ruido de las armas, y los juramentos de nuestros huéspedes, se elevaba al Eterno, nuestro canto grave implorando su benignidad y sus consuelos”. Un día de aquellos,  les llegó un oficio de la autoridad, para que abandonaran el Colegio. Les ordenaban  a los frailes  desocuparlo  y trasladarse a la capital del Principado, para evitar la pérdida de sus vidas. Pero no evitaron con este traslado la persecución y la muerte.
Ya en el nuevo convento al que los obligaron a vivir y más tarde a morir,  Manuel recordaba lo que allí  ocurrió : ”Quince años han pasado, y aún me parece que tengo delante aquella desolación terrible. Yo vi a unos desgraciados, a quienes cegaba el furor, complacerse destruyendo aquellas moradas por las que sus hijos suspirarán en vano. Navegantes de un piélago proceloso que harían desparecer los puertos por los cuales clamarán mañana. Aquel espectáculo me pareció un sueño horroroso. No quise huir. Las tumbas, que creía destinadas para recibir mis huesos, dieron asilo a ese cuerpo que es un cadáver vivo, y acaso por la primera en ellas se sintieran de un cadáver los latidos. ¿Es un delito haber permanecido velando junto a las cenizas de mis hermanos?. “¡Pobre Manuel!, que es el protagonista que permaneció vivo, ”cuenta su propia historia, sus tiempos de borrascas, sus días serenos, las persecuciones de que fue blanco, quiere bien a sus perseguidores, y no culpa a nadie”.
Pero al mismo tiempo que en Calasans, me contaba mi padre que  del Castillo-Monasterio de Montearagón, al lado de Huesca, huyeron algunos frailes descolgándose con sogas desde las ventanas y si no murieron, ¿no sería fue por haber huido de tal forma?.  En mi artículo “Arciprestazgo de Montearagón” escribo: “Desde el año 1835, en que se desamortizó Montearagón, iban desapareciendo las piedras que lo componían, al tiempo que desaparecían generaciones humanas. Como desapareció de esta vida el monje y sacerdote, que tenía Perote por apellido, al que después de muchos años, veían algunos, como si se tratase de un santo, a través de una ventana de casa Lobaco. Al morir dejó a una señora, en cuya casa descansaba, un relicario del que dicen contiene sangre de Cristo y que actualmente está en posesión  de una familia de Quicena. En mi casa guardaban,  con respeto, unos simples tirantes del monje Perote”. Los restos del Rey Alfonso el Batallador, quedaron en el Monasterio durante poco tiempo después del incendio, pues los llevaron a la iglesia de San Pedro el Viejo. Mosen Perote, todavía vivo recordaba los huesos del Monasterio de Montearagón, igual que Manuel en el subterráneo cementerio del convento catalán, andaba como si fuera un cadáver, entre los huesos de sus hermanos conventuales y de otros, de los que alguno tal vez sea conocido por la historia. 
“Jesús Vallés Almudévar, sacerdote, que era doble pariente mío, me proporcionó un documento referido a Montearagón en 1789, que me aproxima a dicho Monasterio, porque en el contenido de este documento habla de José Almudévar Altabás”, que era soltero y hermano del antepasado, que bajó de Barluenga a Siétamo. Murió a los cuarenta y dos años de edad, era cuidador de los intereses del Monasterio de Montearagón, al que amaba con locura. El Vicario de Sasa del Abadiado, escribió lo siguiente:”Que es cierto que después de su muerte, Don Antonio Almudévar y Altabás, en la misma casa de Don Judas Narciso, dueño  de ella, el día antes de morir le dijo al declarante, Don Antonio, de que inmediatamente que muriese se llevase un arca que el dicho difunto tenía con bienes propios y papeles de distintos asuntos” y que la dejaba en propiedad del Monasterio. Amaba al Monasterio porque le dejó, además de los documentos, sus propias monedas de oro y de plata.
Huesca tiene que devolver al Monasterio muchas cosas, pero yo no podré devolverle los tirantes, que guardábamos en mi casa, que eran del antiguo monje, Mosen Perote. No creo que se los llevasen, sino que harían como con todo lo que caía en manos de aquellos que en la Guerra, lo tiraban todo. Tiraban la cultura, que ya estaba por los suelos, en España, en 1835 en Calasans, y en 1936,  tiraban a los hombres a otra vida por medio de la muerte y quemaban los conventos, como el del Carmen en Cataluña y el de Montearagón en Huesca.
Casi todos los días de mi vida he contemplado las ruinas de Montearagón y en estos días he leído “Las ruinas de mi convento”, obra traducida a muchas lenguas europeas por su realismo,  su belleza y por las lágrimas que ha producido en muchos corazones humanos. Esta obra está traducida a varias lenguas europeas.
Uno contempla la historia y ve como en el año 1835 llegaron “Las ruinas de mi  convento”, escritas por Fernando Patxot, y las ruinas del Castillo-Monasterio de Montearagón, pero cien años más tarde, ardieron el Castillos del Conde de Aranda en Siétamo y su iglesia parroquial.
¿Cuál es la causa de esta destrucción generalizada en gran parte de España?. Yo me fijo en el abandono en que en España se ha tenido de la cultura del pueblo y esta causa se ve en la obra de José María Llanas Aguilaniedo, que fue un gran escritor de multitud de temas y que ha sido olvidado, como la cultura por los españoles. Rubén Darío, poeta genial, lo elogió diciendo que creía haber descubierto en él,  a un seguro valer literario, pero,  a pesar del pensamiento de este genio, efectivamente se ha olvidado España del escritor Llanas y de la cultura de los españoles. En aquellos años del mil novecientos nueve, cuando Llanas escribió una de las mejores novelas de su época, se debían haber entretenido los gobiernos de España,en interrogar a la Ciencia del cambio de siglo y buscar las motivaciones “que empujaron a muchos coetáneos al propósito de higienizar el campo social y el espíritu humano”, incluyendo el arte, que fue perseguido y destrozado en Monteargón y en tantos lugares de España.En las obras de Llanas se encuentra ”una extraña mezcla de ciencia, de arte,activismo social se entretejió en las producciones de esta farmacéutico”.
Ahora parece que el porvenir amenaza con otras revoluciones, pues la cultura no está difundida para el pueblo, por medio de muchos periódicos y el arte se está sustituyendo por otras muchas diversiones, como por ejemplo la droga.

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