" He recibido de mi sobrina Marina Almudévar Arnal , la siguiente carta":
MI TÍO IGNACIO DE SIÉTAMO
Su
infancia y adolescencia, como la de sus dos hermanas mayores y sus tres
hermanos, estuvieron marcadas por dos acontecimientos que ningún niño debería
vivir jamás: Una cruenta Guerra Civil que enfrentó, en la mayoría de los casos
aleatoriamente, a familias, amigos, vecinos… Y que obligó a los Almudévar
Zamora a ir saltando de una localidad a otra huyendo del avance de los frentes
de la guerra en Aragón. Tío Ignacio no había cumplido los seis años al estallar
la Guerra. Menos mal que su gran familia unida y los juegos con sus hermanos
seguramente ayudarían a camuflar la dureza de esos años de contienda.
El
segundo mazazo, ya en la gris posguerra y en plena adolescencia, fue la muerte
muy temprana de su madre en el año 1943, que convirtió a Mariví y a María, sus
dos hermanas mayores, en improvisadas y jovencísimas madres de familia numerosa
que gracias a su abnegación y carácter firme pero dulce, consiguieron mitigar
su falta, aunque creo que de alguna manera su carencia siempre ha planeado sobre
ese carácter reflexivo, estoico y sufrido de los hombres Almudévar Zamora. Supongo
que en esa época comenzarían a fraguarse las dotes organizativas y culinarias
de las dos hermanas, que en tantas ocasiones hemos disfrutado la siguiente
generación en forma de croquetas, salmorejo, natillas y demás recetas caseras.
Y cuyos olores y sabores acompañaron toda su vida a mi padre Luis Almudévar
Zamora, que los recordaba con añoranza y que en más de una ocasión volvió a
disfrutar en casa de Tía María en Zaragoza y en su casa
de la plaza del Santo Grial de Huesca de Tío Luis Tesa y Tía Mariví. Luis Tesa:
abogado y hombre tranquilo, honesto, sencillo y prudente al que todos los
cuñados y cuñadas acudían, como a un hermano mayor más, para consultar no solo
temas legales sino de toda índole, sabiendo que en sus sensatas manos y con sus
desvelos daría con la mejor solución. Tranquilo pero luchador, dio la batalla y
plantó cara, literalmente, a una cabrona enfermedad que le obligó a reaprender,
pero sabiendo conservar esa serenidad y fortaleza que le hicieron afrontar su
nueva vida con una dignidad y normalidad envidiables, manteniendo antiguas
rutinas que incluían una cita diaria en el Casino a la hora del café.
Las
dos mujeres de la familia fueron, sin ser conscientes de ello, grandes pioneras
de la liberación de la mujer y el feminismo auténtico: Mariví compaginando su
gestión del hogar y sus suculentos guisos con su trabajo como funcionaria en el
Ayuntamiento de Huesca y María liándose la manta a la cabeza y sin apenas saber
inglés, emigrando a Canadá para escribirse una biografía propia, cuyo epílogo,
que hemos conocido recientemente, ha sido digno de una novela de Jane Austen o
las hermanas Brontë.
El
Abuelito, Manuel Almudévar Casaus, era un hombre que no había pisado ninguna
Facultad, pero muy leído, con muchas inquietudes y muy cultivado, tal y como me
contaba mi tío Jesús Arnal Calvo, hermano de mi madre María Pilar, que decía
que siempre había escuchado de crío que era muy bien recibido en Los Molinos de
Sipán, Castejón de Arbaniés y Santa Eulalia cuando llegaba con su imponente y
elegante estampa, una educación exquisita y conversación inteligente e
ilustrada que hacía pasar grandes ratos a sus contertulios mientras lo
agasajaban. Tenía clarísimo que la mejor herencia para sus hijas e hijos era
una buena educación. Por eso les dio la formación universitaria que él no había
tenido, trasladándose algunos a Zaragoza, Barcelona y Pamplona para titularse
en Magisterio, Medicina, Veterinaria, Náutica e Ingeniería Agrónoma. ¡Casi
nada!
De
la juventud de Tío Ignacio poco o nada sé. Pero con su verbo, ironía y encanto,
adornado todo ello por la buena planta, cara bonita y atractivo común a todos
los hermanos Almudévar, su etapa universitaria debió dar momentos antológicos.
Pero
fuera como fuere, ya licenciado le tocó la lotería, y todos los demás teníamos
participaciones, al conocer a una guapa morena de Torralba: Felisa Bercero
Abril. No he conocido, ni creo que haya muchas como ella, mujer con más
fortaleza, energía y empuje que Tía Feli. No sé si sabía muy bien dónde se
metía, pero nada la ha acobardado. Ni las vicisitudes por las que un matrimonio
de tantos años a buen seguro habrá pasado, ni sacar adelante una familia de
cinco hijos y dos casas: la de Huesca y la de Siétamo. Esta última
prácticamente conservada y mejorada con sus propias manos. Pero lo realmente
mágico en Tía Feli, es que todo lo hace contenta, sin darse importancia y a la
perfección: Como si nada, lo mismo te guisa un cordero que te restaura una
centenaria puerta de madera de tres metros. Ayuda a alicatar un baño, que juega
con los niños. Baja al huerto a por verduras, que se va a hacer voluntariado a
una residencia. Y encima, aún saca tiempo para bajar a la piscina a darse un
chapuzón antes de comer y después es capaz de disfrutar de una larga sobremesa.
Porque hacer todo eso con alegría y saborear las cosas pequeñas de la vida no
está al alcance de cualquiera. Hay que ser de una pasta muy, pero que muy especial
y Tía Feli está hecha de ella. Por suerte ha repartido todas sus virtudes entre
sus cinco hijos. Elena ha heredado su perseverancia y tesón. “Los gemelos”, Manolo
e Ignacio, mellizos en realidad, tienen su sobrehumana capacidad de trabajo.
Mariano está dotado con su buena mano y gusto para el trabajo manual y la
restauración. Y Piluca, que hace ya varios eventos superó cum laude su periodo
de prácticas y cada vez adquiere más responsabilidades y protagonismo, es el
relevo generacional de sus dotes organizativas y aglutinadoras de la familia. A
lo largo de los últimos veinticinco años se han ido incorporando grandes
fichajes como Santiago, Paz, Mamen y Piku, que merecen mención aparte, pero eso
ya será otra historia.
No
me imagino a nadie mejor que Tío Ignacio para encarnar en la familia Almudévar
Zamora de Siétamo, lo que dispone el derecho aragonés respecto a la
conservación unida de la tierra y el patrimonio familiar. Aunque fuera el
destino, en este caso nada caprichoso, quien propiciara que ese honorable y pesado
papel le viniera por la decisión de Tío Manolo de Canadá de renunciar a sus
derechos y obligaciones como heredero primogénito sobre el patrimonio y la
hacienda familiar, para desarrollar con libertad y apertura de ideas una brillante
carrera profesional como psiquiatra en aquéllas avanzadas tierras
norteamericanas. Tío Manolo de Canadá, me atrevería a decir que la mente más
privilegiada de la familia, heredada sobre todo por sus hijos Manuel y Tony, fue
uno de los precursores de la inteligencia emocional ahora tan de moda,
eligiendo a una mujer tan maravillosa como Isabel Petano, de quien
desgraciadamente ninguno de los primos Almudévar de España va a heredar su
portentosa genética. Los “primos de Canadá” Maite y Patrick (y aquí me tomo la
libertad de incluir a Ángela) tienen esa misma vitalidad, espíritu emprendedor,
optimismo, don de gentes y simpatía que caracterizan a Tía Isabel.
Pero
además de esa responsabilidad sobrevenida que ha desarrollado con honores,
desde que tengo uso de razón Tío Ignacio añadió de motu propio la ardua tarea
de mantener unida a la familia y viva la memoria de toda la estirpe Almudévar y
parentela, convirtiéndose en anfitrión, investigador y cronista de lujo. O como
le escribí en una dedicatoria: “El mejor contador de historias que conozco”.
Esta tarea de investigación la complementa con la búsqueda y adquisición de
antigüedades: monedas, vasijas, etc… que consigue regateando con los más
insignes gitanos de Huesca y con las que va llenando habitaciones vacías de la
tercera planta de la casa de Siétamo, para alegría y regocijo de Tía Feli.
Antaño
siempre pegado a su transistor. En cambio no recuerdo haberle visto jamás en
bañador. Le quitaría prestancia y autoridad a un pastor que con su
característica gorra y bastón pasea entre su rebaño para ver que todo está
bien. Supongo que por eso baja de casa a la piscina a dar vuelta, paseándose
entre los que allí están, echándoles un ojo, ofreciéndoles comida y bebida,
dándoles conversación o disfrutando de ver a los más pequeños correteando, jugando
y divirtiéndose. No puede parar quieto: de la siesta o de su despacho al hogar
o a la puerta de la calle, siempre comprobando como buen anfitrión que estamos
todos servidos y a gusto. Porque ejerce su mayorazgo hasta las últimas
consecuencias: Tiene la puerta de su casa de Siétamo abierta de par en par para
todos nosotros y cualquiera que pase por allí y diga conocernos. Estoy segura
de que si alguno le pidiera asilo, cual caballero medieval le ofrecería cobijo
y mesa, sabedor de que cuenta con la inestimable ayuda de su hospitalaria y fiel
señora de la casa, la incansable Tía Feli, que lo prepararía todo en un periquete
y como siempre con una sonrisa.
Es
tremendamente generoso compartiendo tanto su tesoro inmaterial de conocimientos
de nuestra genealogía y sobre historia y fabla aragonesas, como cosas más
tangibles y pecuniarias. Recuerdo que de críos siempre se echaba la mano al
bolsillo y nos daba un puñado de monedas que solían alcanzar una cantidad más
que generosa para que nos fuéramos a comprar chucherías. Pero es que ahora, a
mi más de medio siglo y ¡con un peso de… en el rincón derecho del ring…! No, en
serio. No hace mucho, un día que estuve en Huesca en algún funeral segura y
desgraciadamente, como no sabía con qué agasajarme, cuando ya me venía para
Zaragoza no paró hasta que me acompañó a un supermercado y me compró un paquete
de jamón serrano porque decía que no sabía qué darme. Genio y figura.
En
su larga vida ha participado activamente en política durante la Transición, ha
escrito libros en fabla, ha sido alcalde de Siétamo con reelecciones incluidas,
ha recibido reconocimientos y homenajes… A sus noventa años, además de una
pandemia que de tan expansiva, letal y capulla parece de ciencia ficción, le ha
tocado ver cómo todos sus hermanos y hermanas se le adelantan en el reparto de
billetes para el último viaje, lo que sin duda han sido pellizcos retorcidos de
tristeza que han afectado a su estado de ánimo. Abrió la veda mi padre, Luis,
que corrió demasiado a por su boleto (le llegaría un olor a albahaca y pensó
que era para los toros en San Lorenzo). Y “El Chiqui”, Jesús, que se fue como
si de una canción de Joaquín Sabina se tratara: sin molestar, pero dando un
buen susto en el bar donde como tantas otras mañanas tomaba un café antes de
echarse a la calle a los quehaceres de un jubilado con los deberes entregados y
la conciencia tranquila. Recordar, ¡cómo olvidarlo! que en los primeros años
noventa, el propio Tío Ignacio estuvo a punto de embarcar para cruzar la Laguna
Estigia, pero un excelente neurocirujano y un Dios generoso como él lo
impidieron, permitiendo que podamos seguir disfrutándolo treinta años después.
Estaría
encantada de dar alguna pincelada más de las tías y tíos. Y también me gustaría
escribir algo especial sobre todos y cada uno de los diecinueve primos que
somos y consortes. Porque en mis recuerdos hay para darles a todos, incluso a
la última hornada Almudévar hasta la fecha, que huele que alimenta y viene brincando,
inocente y feliz hacia el pórtico de la gloria de un prometedor futuro cargado
de tiempos de incertidumbre. Allí estaremos todos, guiados por nuestros
mayores, para celebrar sus éxitos y acompañarles y acompañarnos en las
decepciones y momentos bajos, como siempre han hecho con nosotros. Pero hablar
de todo esto ahora se haría demasiado largo y además, hay que esperar a cumplir
los noventa.
Hasta
ahora ha sido siempre Tío Ignacio quien nos cuenta e ilustra sobre la vida,
obra y lazos de diferentes miembros de la familia y parientes. Por eso, con
motivo de su noventa cumpleaños he querido que sea él quien disfrute de una
historia: la suya, resumida (“¡Jodo!”- dirán las malas lenguas) y probablemente
imprecisa, pero tan genuina y especial como él.
Mi
Tío Ignacio de Siétamo cumple hoy noventa años. Tiene algunos surcos en la cara,
como tierra largamente labrada con esfuerzo y esperanza, pero su enorme corazón
permanece limpio y terso como el del niño que fue. Y en él tiene sitio para
todos y cada uno de nosotros.
¡MUCHAS
FELICIDADES TÍO IGNACIO, TE QUIERO!
Tu
sobrina Marina Almudévar Arnal.
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