martes, 17 de noviembre de 2020

Carta de mi sobrina Marina Almudévar Arnal



" He recibido de mi sobrina Marina Almudévar Arnal , la siguiente carta":

MI TÍO IGNACIO DE SIÉTAMO

Tal día como hoy, 16 de noviembre, pero un jueves y del año 1930, nacía en la casa familiar de Siétamo Ignacio Almudévar Zamora. Cuarto hijo, segundo de los cuatro varones, del matrimonio formado por Doña Victoria Zamora Lafarga y Don Manuel Almudévar Casaus. Para mí, desde siempre: Tío Ignacio de Siétamo. Y no es porque tenga otro tío llamado Ignacio, sino porque mi Tío Ignacio y Siétamo van unidos por una ley o sacramento indisoluble no escrito. Al igual que la reciente y sorpresivamente fallecida Tía María de Canadá, aunque llevara ya varias décadas de vuelta en España: primero en Zaragoza y después en Huesca.

Su infancia y adolescencia, como la de sus dos hermanas mayores y sus tres hermanos, estuvieron marcadas por dos acontecimientos que ningún niño debería vivir jamás: Una cruenta Guerra Civil que enfrentó, en la mayoría de los casos aleatoriamente, a familias, amigos, vecinos… Y que obligó a los Almudévar Zamora a ir saltando de una localidad a otra huyendo del avance de los frentes de la guerra en Aragón. Tío Ignacio no había cumplido los seis años al estallar la Guerra. Menos mal que su gran familia unida y los juegos con sus hermanos seguramente ayudarían a camuflar la dureza de esos años de contienda.



El segundo mazazo, ya en la gris posguerra y en plena adolescencia, fue la muerte muy temprana de su madre en el año 1943, que convirtió a Mariví y a María, sus dos hermanas mayores, en improvisadas y jovencísimas madres de familia numerosa que gracias a su abnegación y carácter firme pero dulce, consiguieron mitigar su falta, aunque creo que de alguna manera su carencia siempre ha planeado sobre ese carácter reflexivo, estoico y sufrido de los hombres Almudévar Zamora. Supongo que en esa época comenzarían a fraguarse las dotes organizativas y culinarias de las dos hermanas, que en tantas ocasiones hemos disfrutado la siguiente generación en forma de croquetas, salmorejo, natillas y demás recetas caseras. Y cuyos olores y sabores acompañaron toda su vida a mi padre Luis Almudévar Zamora, que los recordaba con añoranza y que en más de una ocasión volvió a disfrutar en casa de Tía María en Zaragoza y en su casa de la plaza del Santo Grial de Huesca de Tío Luis Tesa y Tía Mariví. Luis Tesa: abogado y hombre tranquilo, honesto, sencillo y prudente al que todos los cuñados y cuñadas acudían, como a un hermano mayor más, para consultar no solo temas legales sino de toda índole, sabiendo que en sus sensatas manos y con sus desvelos daría con la mejor solución. Tranquilo pero luchador, dio la batalla y plantó cara, literalmente, a una cabrona enfermedad que le obligó a reaprender, pero sabiendo conservar esa serenidad y fortaleza que le hicieron afrontar su nueva vida con una dignidad y normalidad envidiables, manteniendo antiguas rutinas que incluían una cita diaria en el Casino a la hora del café.

Las dos mujeres de la familia fueron, sin ser conscientes de ello, grandes pioneras de la liberación de la mujer y el feminismo auténtico: Mariví compaginando su gestión del hogar y sus suculentos guisos con su trabajo como funcionaria en el Ayuntamiento de Huesca y María liándose la manta a la cabeza y sin apenas saber inglés, emigrando a Canadá para escribirse una biografía propia, cuyo epílogo, que hemos conocido recientemente, ha sido digno de una novela de Jane Austen o las hermanas Brontë.

El Abuelito, Manuel Almudévar Casaus, era un hombre que no había pisado ninguna Facultad, pero muy leído, con muchas inquietudes y muy cultivado, tal y como me contaba mi tío Jesús Arnal Calvo, hermano de mi madre María Pilar, que decía que siempre había escuchado de crío que era muy bien recibido en Los Molinos de Sipán, Castejón de Arbaniés y Santa Eulalia cuando llegaba con su imponente y elegante estampa, una educación exquisita y conversación inteligente e ilustrada que hacía pasar grandes ratos a sus contertulios mientras lo agasajaban. Tenía clarísimo que la mejor herencia para sus hijas e hijos era una buena educación. Por eso les dio la formación universitaria que él no había tenido, trasladándose algunos a Zaragoza, Barcelona y Pamplona para titularse en Magisterio, Medicina, Veterinaria, Náutica e Ingeniería Agrónoma. ¡Casi nada!

De la juventud de Tío Ignacio poco o nada sé. Pero con su verbo, ironía y encanto, adornado todo ello por la buena planta, cara bonita y atractivo común a todos los hermanos Almudévar, su etapa universitaria debió dar momentos antológicos.

Pero fuera como fuere, ya licenciado le tocó la lotería, y todos los demás teníamos participaciones, al conocer a una guapa morena de Torralba: Felisa Bercero Abril. No he conocido, ni creo que haya muchas como ella, mujer con más fortaleza, energía y empuje que Tía Feli. No sé si sabía muy bien dónde se metía, pero nada la ha acobardado. Ni las vicisitudes por las que un matrimonio de tantos años a buen seguro habrá pasado, ni sacar adelante una familia de cinco hijos y dos casas: la de Huesca y la de Siétamo. Esta última prácticamente conservada y mejorada con sus propias manos. Pero lo realmente mágico en Tía Feli, es que todo lo hace contenta, sin darse importancia y a la perfección: Como si nada, lo mismo te guisa un cordero que te restaura una centenaria puerta de madera de tres metros. Ayuda a alicatar un baño, que juega con los niños. Baja al huerto a por verduras, que se va a hacer voluntariado a una residencia. Y encima, aún saca tiempo para bajar a la piscina a darse un chapuzón antes de comer y después es capaz de disfrutar de una larga sobremesa. Porque hacer todo eso con alegría y saborear las cosas pequeñas de la vida no está al alcance de cualquiera. Hay que ser de una pasta muy, pero que muy especial y Tía Feli está hecha de ella. Por suerte ha repartido todas sus virtudes entre sus cinco hijos. Elena ha heredado su perseverancia y tesón. “Los gemelos”, Manolo e Ignacio, mellizos en realidad, tienen su sobrehumana capacidad de trabajo. Mariano está dotado con su buena mano y gusto para el trabajo manual y la restauración. Y Piluca, que hace ya varios eventos superó cum laude su periodo de prácticas y cada vez adquiere más responsabilidades y protagonismo, es el relevo generacional de sus dotes organizativas y aglutinadoras de la familia. A lo largo de los últimos veinticinco años se han ido incorporando grandes fichajes como Santiago, Paz, Mamen y Piku, que merecen mención aparte, pero eso ya será otra historia.

No me imagino a nadie mejor que Tío Ignacio para encarnar en la familia Almudévar Zamora de Siétamo, lo que dispone el derecho aragonés respecto a la conservación unida de la tierra y el patrimonio familiar. Aunque fuera el destino, en este caso nada caprichoso, quien propiciara que ese honorable y pesado papel le viniera por la decisión de Tío Manolo de Canadá de renunciar a sus derechos y obligaciones como heredero primogénito sobre el patrimonio y la hacienda familiar, para desarrollar con libertad y apertura de ideas una brillante carrera profesional como psiquiatra en aquéllas avanzadas tierras norteamericanas. Tío Manolo de Canadá, me atrevería a decir que la mente más privilegiada de la familia, heredada sobre todo por sus hijos Manuel y Tony, fue uno de los precursores de la inteligencia emocional ahora tan de moda, eligiendo a una mujer tan maravillosa como Isabel Petano, de quien desgraciadamente ninguno de los primos Almudévar de España va a heredar su portentosa genética. Los “primos de Canadá” Maite y Patrick (y aquí me tomo la libertad de incluir a Ángela) tienen esa misma vitalidad, espíritu emprendedor, optimismo, don de gentes y simpatía que caracterizan a Tía Isabel.

Pero además de esa responsabilidad sobrevenida que ha desarrollado con honores, desde que tengo uso de razón Tío Ignacio añadió de motu propio la ardua tarea de mantener unida a la familia y viva la memoria de toda la estirpe Almudévar y parentela, convirtiéndose en anfitrión, investigador y cronista de lujo. O como le escribí en una dedicatoria: “El mejor contador de historias que conozco”. Esta tarea de investigación la complementa con la búsqueda y adquisición de antigüedades: monedas, vasijas, etc… que consigue regateando con los más insignes gitanos de Huesca y con las que va llenando habitaciones vacías de la tercera planta de la casa de Siétamo, para alegría y regocijo de Tía Feli.

Antaño siempre pegado a su transistor. En cambio no recuerdo haberle visto jamás en bañador. Le quitaría prestancia y autoridad a un pastor que con su característica gorra y bastón pasea entre su rebaño para ver que todo está bien. Supongo que por eso baja de casa a la piscina a dar vuelta, paseándose entre los que allí están, echándoles un ojo, ofreciéndoles comida y bebida, dándoles conversación o disfrutando de ver a los más pequeños correteando, jugando y divirtiéndose. No puede parar quieto: de la siesta o de su despacho al hogar o a la puerta de la calle, siempre comprobando como buen anfitrión que estamos todos servidos y a gusto. Porque ejerce su mayorazgo hasta las últimas consecuencias: Tiene la puerta de su casa de Siétamo abierta de par en par para todos nosotros y cualquiera que pase por allí y diga conocernos. Estoy segura de que si alguno le pidiera asilo, cual caballero medieval le ofrecería cobijo y mesa, sabedor de que cuenta con la inestimable ayuda de su hospitalaria y fiel señora de la casa, la incansable Tía Feli, que lo prepararía todo en un periquete y como siempre con una sonrisa.

Es tremendamente generoso compartiendo tanto su tesoro inmaterial de conocimientos de nuestra genealogía y sobre historia y fabla aragonesas, como cosas más tangibles y pecuniarias. Recuerdo que de críos siempre se echaba la mano al bolsillo y nos daba un puñado de monedas que solían alcanzar una cantidad más que generosa para que nos fuéramos a comprar chucherías. Pero es que ahora, a mi más de medio siglo y ¡con un peso de… en el rincón derecho del ring…! No, en serio. No hace mucho, un día que estuve en Huesca en algún funeral segura y desgraciadamente, como no sabía con qué agasajarme, cuando ya me venía para Zaragoza no paró hasta que me acompañó a un supermercado y me compró un paquete de jamón serrano porque decía que no sabía qué darme. Genio y figura.

En su larga vida ha participado activamente en política durante la Transición, ha escrito libros en fabla, ha sido alcalde de Siétamo con reelecciones incluidas, ha recibido reconocimientos y homenajes… A sus noventa años, además de una pandemia que de tan expansiva, letal y capulla parece de ciencia ficción, le ha tocado ver cómo todos sus hermanos y hermanas se le adelantan en el reparto de billetes para el último viaje, lo que sin duda han sido pellizcos retorcidos de tristeza que han afectado a su estado de ánimo. Abrió la veda mi padre, Luis, que corrió demasiado a por su boleto (le llegaría un olor a albahaca y pensó que era para los toros en San Lorenzo). Y “El Chiqui”, Jesús, que se fue como si de una canción de Joaquín Sabina se tratara: sin molestar, pero dando un buen susto en el bar donde como tantas otras mañanas tomaba un café antes de echarse a la calle a los quehaceres de un jubilado con los deberes entregados y la conciencia tranquila. Recordar, ¡cómo olvidarlo! que en los primeros años noventa, el propio Tío Ignacio estuvo a punto de embarcar para cruzar la Laguna Estigia, pero un excelente neurocirujano y un Dios generoso como él lo impidieron, permitiendo que podamos seguir disfrutándolo treinta años después.

Estaría encantada de dar alguna pincelada más de las tías y tíos. Y también me gustaría escribir algo especial sobre todos y cada uno de los diecinueve primos que somos y consortes. Porque en mis recuerdos hay para darles a todos, incluso a la última hornada Almudévar hasta la fecha, que huele que alimenta y viene brincando, inocente y feliz hacia el pórtico de la gloria de un prometedor futuro cargado de tiempos de incertidumbre. Allí estaremos todos, guiados por nuestros mayores, para celebrar sus éxitos y acompañarles y acompañarnos en las decepciones y momentos bajos, como siempre han hecho con nosotros. Pero hablar de todo esto ahora se haría demasiado largo y además, hay que esperar a cumplir los noventa.

Hasta ahora ha sido siempre Tío Ignacio quien nos cuenta e ilustra sobre la vida, obra y lazos de diferentes miembros de la familia y parientes. Por eso, con motivo de su noventa cumpleaños he querido que sea él quien disfrute de una historia: la suya, resumida (“¡Jodo!”- dirán las malas lenguas) y probablemente imprecisa, pero tan genuina y especial como él.

Mi Tío Ignacio de Siétamo cumple hoy noventa años. Tiene algunos surcos en la cara, como tierra largamente labrada con esfuerzo y esperanza, pero su enorme corazón permanece limpio y terso como el del niño que fue. Y en él tiene sitio para todos y cada uno de nosotros.

 

¡MUCHAS FELICIDADES TÍO IGNACIO, TE QUIERO!

Tu sobrina Marina Almudévar Arnal.

 

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