viernes, 20 de noviembre de 2020

Rebelión en la granja. (Orwell)



Se ha roto el equilibrio en el Planeta Tierra y ha sido en poco tiempo, porque ¿Qué representa en el correr de los siglos la edad de un hombre que todavía vive, porque le llama la atención todo aquello que ocurre cada día?. Están muertos o vegetan en aquellos cuya curiosidad se fue perdiendo con el paso de los días, pero Isidro permanece atento al vuelo del pájaro, al correr de un conejo y al brote nuevo que surge en la carrasca en primavera. Es amante de los pequeños seres y de los animales y hoy sufre porque en el pueblo ha habido unos animales que anatómicamente son los que más se parecen a nosotros los humanos, han sido cerdos los asesinados, pero no tres como aquellos cerditos perseguidos por un lobo; han sido más de mil porque se ha roto el equilibrio de los tres cerditos y el lobo feroz.

Hoy se encierran por millones lo mismo hombres que animales, en granjas éstos y aquellos en ciudades, son perseguidos los unos y los otros por virus que atacan no sólo su salud, sino la libertad y Orwell anunciaría hace años, que en la “Granja “ habría una “Rebelión”. Se acodaría Orwell de los cerdos sacrificados en Siétamo, porque él estuvo en el hospital temporal, que hicieron durante la Guerra Civil, en la carretera N-240.

Si el orwelliano cerdo se rebela, se masacra como el que tiene destello, no hacen falta lobos que mantengan equilibrios en la Naturaleza; es  el “lupus europeus asepticus” el que mata a cerdos y a granjeros, que llorando querrían enviarles a los Kurdos esa carne que se pudre en las zanjas “cuestionadas”. Y los lobos se unen en manadas y masacran no a los cerdos, sino a pueblos, que no comen por impuros esos cerdos, y que sufren y que huyen como los perros hambrientos por puertos de montañas heladas, que son puertas que se cierran a los pobres hombres que igual que nuevos apestados, mas no por virus y bacilos, sino por virus vergonzosos que trasmiten los lobos asépticos que llegaron del Este y que, como aquel que les dicta, se llenan sacrílegos, sus bocas hipócritas con la palabra más sagrada, la palabra de Dios.

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